Cuando nos rodean incendios, el sol se oscurece a las 5 de la tarde, los ojos lloran por el humo o la ceniza, la sequía ha cegado los pozos más profundos; cuando en el centro del imperio que reúne la capacidad bélica más poderosa de toda la historia de la humanidad, la cual por primera vez puede borrar de la faz de la tierra a esa humanidad, ha sido entronizado un individuo que semeja un megalómano delirante; cuando más parece interesar la vida de un perro que la de un nonato; cuando nunca antes el verano resultó tan caluroso y el invierno tan gélido, es fácil que se pase por la cabeza que nos hallamos en los tiempos finales, que se están dando los signos del Apocalipsis; incluso personas muy sensatas, letradas y escépticas comparten este mal augurio.
La ilusión colectiva de un final de los tiempos es recurrente en las distintas culturas y es casi seguro que sea algo propio de la mentalidad humana la necesidad de ordenar los hechos caóticos en torno a un fin.
Frank Kermode, un erudito crítico inglés, en su libro "El sentido de un final" analiza los distintos pensamientos, movimientos y sectas escatológicas, verificando que los creyentes, cuando se acaban los signos y sucede el momento crítico sin que acaezca el fin, niegan el fallo de la profecía y aplazan la destrucción total para un "más adelante" que ya se vendría asomando. Esto lleva al profesor Kermode a sostener, siguiendo elegantes vericuetos, que toda narración se estructura en función de un fin, y si notamos la ausencia del fin es porque lo esperábamos y solo sobre ese fondo escatológico se puede proponer una ruptura. Leí decir al escritor Piglia que siempre construía sus relatos teniendo a la vista el final de la historia. Toda "Plata quemada" surge de la escena en que los ladrones, acorralados por la policía, queman el dinero robado y escribir la novela consistió en inventar un preámbulo consistente y ameno para ese final.
Es a partir de esta hipótesis -el poderoso atractivo del fin- que Kermode repone la estructura narrativa de Aristóteles de "presentación /clímax/ desenlace"; define, por el desvío de ese modelo, la noción de narrativa literaria, y establece una insospechada continuidad entre las ficciones míticas y literarias. Así, la inconformidad del lector ante una novela sin un desenlace claro sería correspondiente al desconsuelo de algunos porque el final de los tiempos no coincida con el lapso de su breve vida y al mayor desconsuelo ante la posibilidad de que no exista fin alguno. La ilusión del fin colectivo y próximo proporciona el alivio de un sentido ante el tedio vacío de lo rutinario interminable.