Un abogado rebelde , la última novela de John Grisham, es hasta la fecha su texto más radical, más crítico con respecto a la actual crisis moral y política que se vive en Estados Unidos. Desde siempre, Grisham ha sabido escribir buenos best sellers , amenos, absorbentes y mezclar historias de suspenso con denuncias parciales y focalizadas en torno a lo que sucede en su patria -El informe pelícano ataca a las transnacionales del petróleo, El cliente aborda el tema de la infancia abandonada-, pero nunca como ahora se había comprometido en torno a la terrible indefensión en la que viven millones de habitantes del país más rico del orbe por causa de lo que, a su juicio, es un Estado crecientemente policíaco, abiertamente fascistoide, totalmente irresponsable en relación con los derechos de los ciudadanos.
El foco de Un abogado rebelde lo conforma la administración de justicia, desde los mismos tribunales, las cortes, los jurados y las fiscalías, hasta los organismos auxiliares de ese poder público; vale decir, la policía, los servicios forenses, los informantes y toda una red que medra alrededor de los juzgados civiles y penales, hundida en la inoperancia o en la corrupción. Prácticamente página por medio de este libro tenemos ejemplos de ignorancia supina, malversaciones graves, sobornos a granel y otro conjunto de negligencias o hechos ilícitos que, sin entorpecer el desarrollo del relato, hacen pensar en cuán severa ha llegado a ser esta descomposición: Grisham no tiene pelos en la lengua para culpar a los sucesivos gobiernos norteamericanos y sus políticas de seguridad a partir de los atentados del 11 de septiembre de 2001. Es posible que exagere la nota o que caiga en maniqueísmos y caricaturas, aunque, al terminar de leer el volumen, ciertamente quedamos con profundas dudas acerca del funcionamiento institucional de esa nación.
El protagonista, Sebastián Rudd, es, como en muchos otros títulos de Grisham, un letrado heterodoxo, iconoclasta, excéntrico, que tiene la pésima costumbre de tomar casos perdidos, si bien, por regla general los gana, claro que valiéndose de ardides dudosos y colaboradores que, si no son delincuentes de frentón, bordean el mundo del hampa. A diferencia de todas sus ficciones anteriores, la trama no se desarrolla teniendo como centro un juicio, sino varios juicios: el de un condenado a muerte que se escapa; el de un pugilista violentísimo acusado de asesinato; el de un respetable vecino que es víctima de la atroz violencia policial; el de una chica desaparecida; el de un psicópata peligrosísimo, con síndrome de personalidad múltiple y varios otros casos, que al comienzo parecen no tener relación entre sí y que van uniéndose en una madeja compacta debido a la forma que tiene Rudd de enfrentar los procesos criminales. En todos ellos se han vulnerado las garantías más elementales de las personas, se ha hecho tabla rasa de la presunción de inocencia y se ha llevado a prisión a gente honrada, mientras los culpables se pasean felices por las calles. Mientras Rudd hace frente a un diluvio de problemas insolubles, su vida familiar dista de ser pasablemente normal: Judith, su mujer, también jurista, tiene la tuición del hijo de ambos, Starcher, vive con Ava, su actual pareja, y no hay día en que deje de tomar medidas para que padre e hijo terminen odiándose. Con Rudd las cosas no le salen como quiere, si bien nuestro héroe, además de librar una batalla en diversos frentes contra múltiples enemigos, tiene que desgastarse en el peor de los territorios posibles; esto es, el doméstico. Debido a que los medios de comunicación, los agentes del orden y todos quienes tienen poder han incendiado varias veces las oficinas de Rudd, éste se ve obligado a atender en forma ambulatoria, al interior de una furgoneta blindada, ayudado por Partner, su asistente, un negro que cumplió condena por narcotráfico menor y en la actualidad es una presencia indispensable en las andanzas de Rudd.
Seguir hablando de lo que ocurre en Un abogado rebelde es un tanto ocioso, debido a que hay una cincuentena de personajes que entran y salen del argumento y a que tenemos giros sorpresivos a cada rato. Cabe destacar, eso sí, que la crítica angloamericana ha saludado a este volumen como uno de los momentos más altos de Grisham, señalando que el autor ha cambiado de dirección en el terreno de la intriga, dando un paso adelante. Y efectivamente es así, tanto porque Grisham construye los mejores thrillers legales de hoy, como porque, en esta obra, jamás cansa y entretiene a rabiar.