Qué tendría de malo que Rusia y Estados Unidos comiencen una era de amistad. Después de todo, hay tantos peligros que se pueden conjurar si Washington y Moscú se ponen de acuerdo en temas importantes de las relaciones internacionales, como ayudar a la paz en Siria o contener el desarrollo nuclear de Norcorea e Irán.
Por lo demás, la propia Hillary Clinton quiso "resetear" las relaciones entre los dos países, obligados a convivir -y tener liderazgo- en un mundo lleno de desafíos que enfrentar, desde el terrorismo islámico hasta el calentamiento global.
No es el acercamiento lo que causa inquietud, sino las razones ocultas e incomprensibles para que Trump, a punto de instalarse en la Casa Blanca, defienda a Vladimir Putin en el escándalo de los hackeos al servidor del Partido Demócrata y los correos electrónicos de Hillary. Durante la campaña se había mostrado tan amigable que insinuó no solo levantar las sanciones, sino pasar por alto la anexión de Crimea. Por eso, ahora que los servicios de inteligencia norteamericanos aseguran que el gobierno ruso, y Putin en persona, ordenó realizar acciones para influir en la elección presidencial, esa "amistad" adquiere otro cariz.
Putin y Trump tienen más cosas en común que las letras P, T y U en sus apellidos. Ambos son decididos, están obsesionados por el poder y son feroces con sus adversarios. Tienen, además, una gran opinión de sí mismos, si es que no sufren de una franca megalomanía.
Son populistas modernos que usan métodos no tradicionales, con lo que han obtenido vasto apoyo de las masas populares. Uno y otro apelan a los resentimientos más profundos de sus compatriotas. Putin sabe remover la nostalgia en Rusia por la pérdida del estatus de superpotencia. El magnate norteamericano aprovecha el malestar por la lenta recuperación de la economía para agitar el nacionalismo y ofrecer "devolver la grandeza al país".
Son amigos virtuales, en todo caso. No hay evidencia de que exista una relación entre ambos. Y ni siquiera el informe de los organismos de inteligencia norteamericanos o el controvertido dossier del agente británico han demostrado que hay una colusión entre ellos. Eso no significa que no pueda aparecer más adelante algo que los vincule. El hijo de Trump contó que había hecho seis viajes a Rusia en dos años, desde "donde fluía mucha plata". Trump viajó en 2013 a Moscú, al concurso Miss Universo. No se ha comprobado, eso sí, que tenga negocios allá, o que hubiera recibido créditos de instituciones rusas. Pero el hecho de que dos de los nombramientos más importantes en el gabinete de Trump -Rex Tillerson y Michael Flyn, sin mencionar a Paul Manafort, su ex jefe de campaña- sean personas con llegada a las altas esferas rusas, que pueden tener conflictos de interés, crea suspicacias que el próximo Presidente de EE.UU. deberá despejar.
Es cierto, es bueno que Rusia y Estados Unidos bajen la tensión diplomática, pero no a costa de comprarse conflictos con otras potencias, como China, o países vecinos, como México, a los que Trump amenaza con una absurda guerra comercial.