La muerte se cierne sobre las primeras páginas de
La soledad de los culpables, segunda novela de Alejandro Rojas (Santiago, 1981). El protagonista, Mariano García, encuentra el cadáver de su esposa, Amalia Cuéllar, en la bañera del departamento que arriendan en Londres. Este inesperado y macabro descubrimiento conduce al recuerdo del fallecimiento de su abuela ocurrido veinticinco años atrás y, después, al episodio más cercano en que Amalia le había comunicado resignadamente el término involuntario de su embarazo. La causa, desconocida en este momento, del horroroso suicidio de Amalia y un correo electrónico que envía a Mariano once meses después de fallecer hacen sospechar que se inicia la lectura de una historia de oscuros enigmas que, además, tendrá también un decidido toque de tenebrura.
De la adecuada correspondencia entre la programación narrativa y la naturaleza de la historia imaginaria depende muchas veces la efectividad de un relato. El mejor ejemplo es la novela
Pasaje a la India, de E. M. Forster: en su párrafo inicial queda anunciado encubiertamente el trágico conflicto que se avecina.
En La soledad de los culpables, sin embargo, el lector no encontrará el tipo de historia que sus párrafos iniciales parecieran anticipar. La novela se convierte en la observación de los comportamientos de Mariano García durante las diferentes situaciones que enfrenta después de la muerte de su esposa, ya sea en Londres o de regreso en Santiago. La imagen que se configura de su personalidad es bastante desmejorada: escritor fallido, desorientado y egoísta, mentiroso, borracho, falto de responsabilidad e incapaz de establecer lazos afectivos. En este hilo central del relato, que correspondería al tiempo presente de la historia, se intercalan episodios previos y posteriores al fallecimiento de Amalia. El lector se informa, entre otras cosas, de lo ocurrido antes del matrimonio de Amalia y Mariano, y de su posterior viaje a Londres; de la antipatía mutua que existe entre Mariano y la familia de su esposa y, en especial, con su suegro, Pedro Cuéllar; de la amistad entre Mariano y Agustín y de dos encuentros significativos de Mariano ocurridos después del fallecimiento de Amalia: con una rusa llamada Elena en un bar de Londres, y con Lorena, una antigua compañera de la universidad. Pero también, de manera casi subrepticia, como si el narrador quisiera entregar claves sobre los enigmas planteados al comienzo, se deslizan algunos datos sobre la personalidad de Amalia: posiblemente era depresiva y ocultaba a Mariano cuáles eran sus verdaderas actividades diarias en Londres.
El desajuste entre la programación y la historia de
La soledad de los culpables produce desconcierto. Parecería que la voz narrativa, ya sea a través de las palabras de sus personajes o de las suyas propias, se esfuerza por vigorizar la debilidad del argumento introduciendo en su discurso temas de actualidad infaltables en muchos textos de hoy, así como también lanzando críticas que apuntan a diestro y siniestro: la pedofilia de algunos sacerdotes (con una redacción ambigua porque el periodista que la denuncia es calificado de "entrometido"), la fama de los carteristas chilenos en Europa; discusiones sobre la esclavitud como base de la civilización occidental y sobre el machismo chileno; sarcásticas descripciones del ambiente del aeropuerto de Pudahuel y juicios más duros sobre la inequidad social en Chile. El ambiente literario nacional tampoco escapa de las críticas: es frívolo y competitivo, y hasta se descubre una solapada e irónica alusión: "estás muy sobrevalorado", dice Mariano a un amigo llamado Ernesto Bolaño. Poco o nada tienen que ver tales interpolaciones con lo que el lector percibe al final como el motivo central de su argumento: la progresiva redención de Mariano, un individuo que recuerda al Mersault de Camus (un párrafo de
El extranjero funciona como epígrafe del texto), pero que termina reconociendo sus responsabilidades.
El lenguaje del texto demuestra que Alejandro Rojas posee buenas condiciones de narrador, pero una falla composicional indudable debilita a su segunda novela.
La soledad de los culpables
Alejandro Rojas
Uqbar, Santiago, 2016, 190 páginas, $15.900.
Novela