¡Qué linda y qué tentadora es la palabra pureza!
Con frecuencia nos encontramos negando nuestra calidad de seres humanos y soñando con lo imposible. Nunca nada entre los seres humanos parece puro del todo. Buenos y malos a la vez. Generosos y egoístas. Originales y banales; corajudos y cobardes; verdaderos y mentirosos; activos y pasivos. Mezcla de dioses y demonios. ¿Cómo lidiar con estas personalidades tan llenas de contradicciones?
Tal vez la primera gran lección de sanidad es aceptar nuestras contradicciones. Somos hechos de materiales diversos y reaccionamos antes distintas personas y distintos hechos de maneras que si con sinceridad analizamos nuestro actuar, nada será del todo puro, claro, diáfano. Si buscamos detrás de las motivaciones que nos impulsaron a actuar encontramos razones variadas para hacer lo que hicimos o dejamos de hacer.
Esto es lo que define la "humanidad" del hombre. La mezcla de cosas disimiles en nuestro actuar y sentir. ¿Por qué negar que la pureza es un bien deseado y muy pocas veces conseguido?
Si fui generoso puedo ver que tal vez fui también arrogante o necesitado de admiración. Si fui valiente, lo fui porque puedo serlo, pero también por vergüenza de ser el cobarde que otras veces soy. Si fui sincero tal vez buscaba la reparación de tanta y tanta pequeña mentira diaria.
Lo más lindo del ser humano es esa capacidad de ser de tantas maneras y de no poder siempre encontrar pureza en nuestras acciones. No es una razón de vergüenza, tal vez más bien de inteligencia y versatilidad. Cuando aceptamos este hecho, es cuando mejores seres humanos somos. Cuando más humildes somos. Cuando más abiertos estamos a mejorar, a perfeccionarnos, a cambiar en la medida de lo posible.
Lo grave es ser pecador sin reconocernos como tales. Lo grave es creer que llegamos a la meta. Lo grave es no poder mirar un camino de cambios que hagan la vida más interesante y desafiante.
Mi gran deseo de año nuevo es no detenerme. Es batallar contra la autocomplacencia. Y también saber cuándo felicitarme por haber ido más lejos que antes. Mi gran miedo es que de tanto hablar de perfecciones mentirosas nos escondamos de nuestras fragilidades y no sigamos luchando.
Esta columna parece un sermón, pero lo que quisiera expresar es lo mal que nos hace andar disfrazados de buenos cuando no somos más que un proyecto de buenos. Esa es la meta... intentar ser mejores. Y requiere de la valentía de reconocer la impureza.