Si "Una Ilíada" -venido del Off Broadway neoyorquino- se erige como el segundo aporte excepcional de Santiago a Mil 2017 en los pocos días que lleva transcurridos, se debe, sin duda, a que es una soberbia propuesta a partir de un material extraordinario. Pero sobre todo, porque nos envuelve en una experiencia grandiosa, arrolladora, ineludible, siendo básicamente solo un espectáculo unipersonal. Señal del virtuosismo de su creación y ejecución.
En enero antepasado, el festival presentó en el mismo escenario una versión griega del extenso poema épico atribuido a Homero, monumento fundacional tres veces milenario de la cultura grecolatina y la literatura de Occidente, que desplegó en más de tres horas los 15.700 versos, con 15 actores multiplicándose en decenas de personajes, humanos y dioses, y un resultado tan solemne como excesivo y fatigoso. Estrenado en 2012, o sea anterior a aquella, este se ubica como el primer esfuerzo nunca antes intentado de escenificar ese texto colosal, y ratifica que en las artes representativas menos suele rendir muchísimo más.
Contrario a lo que se pueda esperar, aquí no se trata de un ejercicio de narración oral, sino de teatro químicamente puro, que a partir de la epopeya clásica crea un potente monodrama que resuena con gran vigencia. Tampoco pretende apegarse fielmente al texto original: propone una reescritura de este, que relata los últimos 50 días de la guerra sostenida por Troya y Grecia durante 10 años. No es "La Ilíada" (de Ilión, como los griegos llamaban a Troya), sino "Una Ilíada", la elaborada en un riguroso taller por la directora Lisa Petersen, y su actor, Denis O'Hare, prefiriendo y deteniéndose en algunas de las muchas peripecias, y obviando otros pasajes y personajes. Remoza también la saga para que sea compartida hoy, puntuándola con detalles irónicos, digresiones y referentes muy actuales, incluso locales; hay un fragmento dicho en castellano, y cuando se enumeran los lugares en que se estacionan las huestes y barcos griegos se oyen, entre otros, los nombres de Peñaflor o Castro.
En un giro mágico, nos instala frente al mismísimo Homero, de aspecto algo desaliñado y portando una maleta de viajero trashumante, que viene a contarnos lo que ha reiterado por siglos. Como un rapsoda moderno -que es poeta y, a la vez, pregonero, cronista y quien preserva la memoria del pasado-, nos recuerda otra vez la historia de la madre de todas las guerras. Evoca el heroísmo, la lealtad y el honor que se da en el campo de batalla, pero sobre todo la furia ciega y tumultuosa que provoca dolor, muerte y horror. "¿Ven?, ¿entienden lo que digo?", repite, buscando explicar por qué la Humanidad siempre cae en lo mismo. Al Hombre lo mueve la irracionalidad, la pulsión instintiva hacia la violencia y el caos, le gusta matar y destruir, concluye. Agrega: "Cada vez que cuento esto, me ilusiono de que será la última". Y no ocurre así.
Impresiona mucho la insoslayable vehemencia con que O'Hare expone su discurso, derrochando durante 100 minutos una energía actoral que parece sobrehumana. La variedad de recursos de que dispone le permite articular momentos jocosos, conmovedores, majestuosos, exaltados, hasta salvajes. La mayor parte del tiempo lo apoya a un costado un notable contrabajista que con su instrumento genera la música atmosférica, marca los diversos ritmos y produce una sugerente ruídica. Asimismo, resulta clave la activa pauta de movimientos de luces.