Al recorrer el país, llama la atención, junto con el gran desarrollo de las últimas décadas, un inmovilismo pertinaz en los más disímiles rincones. Es como si el tiempo se hubiese congelado. Es un fenómeno que se percibe en las actividades más pequeñas: minifundios, caletas de pescadores, minería pequeña, incluso en las ferias artesanales. Y detrás de ellas hay diversos organismos del Estado que son sus ángeles tutelares, como Indap, Enami, Corfo y otros que les entregan numerosos subsidios. El caso es que llevamos cincuenta años con estas políticas. Con ellas los beneficiados han podido mantener un nivel de vida que ha subido acorde con el del país en general, pero que no por eso dejan de necesitar, año a año, el generoso apoyo estatal. Esto último revela su fracaso para generar un desarrollo sustentable en esas personas.
En el fondo, los subsidios aseguran la subsistencia pero matan la creatividad. Ser artesano hoy es casi un oficio burocrático: sus productos son los mismos en Angelmó o en Parinacota. Los pescadores trabajan con botes de fibra de vidrio y motores fuera de borda. Pero su forma de vida es la misma de siempre. Al detenerse el tiempo el pasado se prolonga en el presente, y el futuro no es más que una continuidad del presente. Es como la Cuba de Castro que se estacionó en 1958. Hasta los discursos sobre creatividad e innovación se hacen repetitivos y se transforman en lugares comunes.
Lo que ha faltado en esos programas asistenciales es tener como objetivo claro que el tiempo, la creatividad, la libertad y el desarrollo humano de cada persona son facetas estrechamente ligadas que fortalecen su humanidad. No se explican unas sin las otras y nos proyectan al futuro fortaleciendo a todos y expandiendo sus horizontes. El resultado es que hoy vivimos en un país que es aún más pequeño de lo que dicen las estadísticas, porque cada vez un número mayor de personas se detienen en un presente sin vida, ya que están sostenidas por otras a quienes no llegan esos subsidios, por lo que deben continuar luchando incesantemente. Es necesario subrayar que las grandes empresas no están exentas de estos "beneficios", que reciben en forma de artificios y regulaciones varias que hacen de barreras de entrada y limitan la competencia, lo que disminuye aún más el campo a tantos emprendedores que ven sistemáticamente reducidas sus posibilidades.
Al detener el tiempo, los subsidios envejecen a los países. Y esta es una enfermedad para la cual aún no hay remedio.