Una noticia, casi desapercibida, me estremece: nuestro lago Chungará, el más alto del mundo, se está secando. Ha perdido un cuarto de su volumen a causa de menores lluvias y también por la extracción de agua por concesiones mineras; algunas muy recientes. A esto se suma el vertimiento de contaminantes y enormes cantidades de basura por los usuarios de la vecina ruta internacional. En otras palabras, salvo la escasez de lluvias, somos responsables de su destrucción, y tal vez seamos la última generación en conocerlo.
A lo largo de la historia, Chile ha basado su economía en la extracción y la depredación: minerales, bosques, peces y, últimamente, agua dulce. La mayor parte de las materias extraídas son exportadas en bruto y a granel, y los recursos que son renovables son explotados más allá de sus reales capacidades de regeneración. Tanto nuestro bosque nativo como la fauna marina están hoy en una crisis de depredación tan catastrófica que van rumbo a su inminente extinción. Aquello que nos parecía imposible hace una generación -la desaparición de especies endémicas, de paisajes naturales e históricos, la sistemática escasez de agua- es un temor fundado para la próxima. Y una vergüenza. ¿No vamos a tomar medidas drásticas para revertir este proceso? ¿Tan pragmáticos e irresponsables somos? ¿Las presuntas ganancias de hoy justifican futura miseria y recriminación? ¿Es esta la nación que queremos legar?
Sostengo que, por razones históricas, Chile está retrasado unos 40 años del resto del mundo en términos de modernidad cultural. Poco sirven malls, autopistas y celulares si somos uno de los países que más basura per cápita generan y que menos reciclan, o de los que peor se alimentan, en términos de salud pública, o de los que generan parte importante de su energía con combustibles fósiles, teniendo mar, sol y viento, o de los que siguen enajenando y destruyendo parajes naturales de extraordinaria belleza, cuando el mayor recurso económico que podría tener Chile en 50 años más, si tan solo nos lo propusiéramos hoy, es su geografía prístina y espléndida, lujo planetario.
Parecemos habernos convertido en un país simple e inmediato, pueril, pobre de lenguaje y muy desinformado. No comprendemos la gravedad de los fenómenos planetarios en curso ni sus consecuencias a corto plazo. De poco nos sirve la conectividad global si nuestros medios de comunicación no propician un amplio debate público, sino más bien al contrario, justifican intereses; si el mundo académico y científico no tiene una relación funcional con el mundo político, como en otras latitudes, y si el mundo empresarial rehúsa manifestar un sentido de responsabilidad o siquiera un interés de debatir el futuro del país, la supervivencia de sus ciudades y su paisaje, a largo plazo. Estos, y no otros, son los temas de la modernidad.