Una linda manera de sobrevivir al dolor es construyendo espacios seguros. Propios. Que no dependan de otros. Que estén en mi corazón y en mi cabeza.
Podemos asumir que la vida que nos tocó es la que nos tocó. No tiene nada que ver con la resignación, sino al revés. Creer que la vida es fácil es un acto infantil, propio de regalones que evitaron el dolor desde chicos. La realidad es que no elegimos la mayoría de lo que nos toca, y eso nos da una sensación de incertidumbre e inseguridad fuerte. Pero también el misterio de la vida y el futuro es una gran esperanza, porque lo que nos tocó puede cambiar, puede revertirse; no controlamos del todo el futuro.
Estar "amargado/a" es un estado que nos sucede a todos los seres humanos, a unos más y a otros menos, pero nadie puede negar que la condición humana tiene esa incerteza como parte de su definición.
Hay un pequeño alivio cuando aprendemos a tener o a construir espacios internos propios, de nadie más, que solo dependen de mí, donde la realidad no me toque. Ahí, en esos lugares, yo puedo esconderme y que nadie me pille, yo puedo soñar y que nadie me llame la atención, yo puedo sencillamente violar todas las reglas de la cordura y descansar.
Si bien el sentido de realidad es una condición de la salud mental, también lo es la capacidad de encontrar salidas propias a las angustias que nos acechan. Y salir de la realidad un rato o unas horas para entrar en mi lugar seguro es un acto de profunda sanidad. Porque así como la falta de realidad es una enfermedad, también puede serlo el estar perpetuamente instalada en ella.
Cuando éramos niños podíamos tener personajes -como ser princesas o magos de circo- que nos ayudaban a jugar a ser otro y con ello a escondernos por unos momentos de lo que tal vez nos producía dolor. A los adultos nadie les da permiso para tener personajes o lugares donde aliviar el peso de la realidad. ¡Construyámoslos! Inventemos ese espacio seguro en nuestra mente y corazón para volar hacia él cuando la realidad nos agobie. Es un acto privado. Legítimo. Secreto. Y una gran ayuda para sentirnos menos vulnerables. Todo está permitido. Trozos del pasado, lugares amados y perdidos. Hay que ponerle atajo a esta idea de que los adultos tienen que estar en la realidad el 100% del tiempo. Sin lugares propios, seguros, la vida se hace inútilmente difícil.