En la apertura de la franja internacional de Stgo. a Mil 2017, "Terrenal" -que cumplió ya tres temporadas en la cartelera bonaerense- explica por qué Mauricio Kartún, hoy de 70 años, es uno de los autores más reverenciados de Argentina, además de maestro de otros dramaturgos. El festival nos invita a conocer su trabajo en su última etapa como realizador teatral, dirigiendo sus propios textos, lo que hace desde 2003 (no es un desconocido aquí, décadas atrás se montó "Chau, Místerix", una pieza temprana suya).
En "Terrenal", a cuyo título le falta "paraíso" aunque lleva el agregado "Pequeño misterio ácrata" (o sea, rebelde, anárquico, libertario), salta a la vista que Kartún no se anda con chicas: está muy consciente del peso de la dramaturgia sumamente elaborada y con gran riqueza en el uso del lenguaje que deja para la posteridad. Plantea en principio una exégesis bíblica, una reinterpretación crítica del episodio de Caín y Abel contenido en el Génesis, pero según lo narró Flavio Josefo, historiador judío del siglo I DC. Muestra el encuentro de los dos hermanos que nunca se tragaron, en el límite del descampado que repartió entre ellos su padre -el todopoderoso, el "Tatita"- antes de abandonarlos hace mucho. El haragán Abel, que morirá a manos de su hermano, disfruta de lo que da la naturaleza y sobrevive vendiendo carnada para la pesca. Caín, en cambio, es un laborioso agricultor con plantíos de pimientos, a quien se le ocurrió cercar su propiedad y pesar sus productos; pionero de la acumulación de riquezas, prefigura al primer capitalista de la historia.
Así esta parábola, con algo de parodia absurda y mucho de bufo, intenta bucear en los mandatos del Padre Creador y la relación paterno-filial, pero más que nada quiere referirse -como Kartún lo ha hecho a menudo en su obra- a la "dialéctica de amo y esclavo", y reflexionar acerca del pasado político de su nación y sobre la 'argentinidad', la identidad local. No es poco. Todo sucede en el campo criollo a mediados del 1900, en un destartalado teatro de vodevil en que predomina el negro.
Lo que resulta sin duda enjundioso y lleno de sugerencias cruzadas, no exento tampoco de cierta pretenciosidad. La versión, que vimos en Buenos Aires, está, por cierto, magníficamente ejecutada por sus actores en un estilo a medias expresionista y payasesco, que recuerda en seguida a "Esperando a Godot", luego a Laurel y Hardy. Cuando al promediar los 90 minutos de entrega el interés se resiente entre tanto estímulo y símbolo, aparece el Tatita, Dios en la persona de un patrón gauchesco de acento norteño y bueno para la parranda, el personaje más jocoso de los tres que reanima la escena.
Con un par de inconvenientes. El primero es su localismo. Nadie mejor que un argentino para captar todos los referentes idiomáticos y culturales en juego. El diálogo está tachonado de refranes y dichos populares, e incluye términos que requerirían un glosario (ejemplo "isoca", argentinismo por larva de mariposa, que se oye más de una vez). Por lo demás, algún crítico señaló que el Tata podría ser Perón transfigurado. Lo otro es eso que siempre pasa cuando un dramaturgo dirige su propia obra: tiende a enamorarse de su escritura y no quiere cortar nada. Está claro que en ella hay demasiadas palabras: lo mismo podría haber sido expuesto con más concentración, amén de que el remate tiene uno o dos finales falsos.
Sala Antonio Varas (Morandé 25). Teléfono: 229771700. 5, 6 y 7 de enero. 20:00 horas.