La escritora argentina Sylvia Molloy pertenece a uno de aquellos grupos tan propios de su patria, inmigrantes recién arribados o hijos de ellos, que se educan en distintos idiomas y hacen del bilingüismo una fenómeno natural. ¿Natural? Molloy, en realidad, sostiene que no, apoyada en una cita de George Steiner, otro multilingüe como ella: en el paso directo de un idioma a otro, en ese recurso a la palabra en la segunda o tercera lengua para acertar con la expresión justa (
le mot juste, de Flaubert) o porque falla la memoria, "hay una fugacísima sensación de vacío", que, según Steiner, es como "el brusco rasgar de una tela tornasolada". La autora también sostiene que "a pesar de que tiene dos lenguas, el bilingüe habla como si siempre le faltara algo, en permanente estado de necesidad". Y que "ser bilingüe es hablar sabiendo que lo que se dice está siempre dicho en otro lado, en muchos lados". Son 34 textos, de duración variable, pero nunca de más de tres páginas, que rodean su trilingüismo (castellano, inglés, francés) y, de la mano de él, su vida.
Molloy es una estudiosa de la autobiografía como género (aunque no es el único objeto de su curiosidad), y sabe bien hasta dónde compromete su intimidad: lo justo y necesario, nada más. Deja rastros, señales, anécdotas, muchas de ellas familiares, y otras de su entorno en Nueva York, donde reside desde hace más de cuatro décadas. Tías y hermanas, latinos y polacos en Estados Unidos que no manejan bien el inglés, escritores que transitaron por varias lenguas (William Hudson, Vladimir Nabokov, el mencionado Steiner, Válery Larbaud, Elias Canetti, entre otros), algunos de sus compatriotas, se incorporan como personajes de esas estampas donde Molloy derrocha humor y capacidad de mirarse a sí misma. Si sus reflexiones sobre el lenguaje, sobre los lenguajes, y la experiencia de transitar de uno a otro, de modo oral o escrita, son muy interesantes e iluminadoras sobre cómo se piensa y cómo se constituye la identidad, la manera en que están entrelazadas con su biografía es lo más atractivo del libro. Decir que Molloy escribe bien es una obviedad. Lo que no es obvio es que un libro así ejerza un enorme poder de seducción, de la mano de preguntas como: "¿En qué lengua se despierta el bilingüe?", "en términos de escritura, ¿cómo y por dónde entra en lengua el bilingüe?", "en qué lengua les hablo a mis animales". Molloy despliega un tapiz multicolor que entusiasma y provoca, hasta el punto de obligar a formularse otras preguntas, preguntas sobre la propia lengua y cómo decimos lo que queremos decir.