En una fecha como esta uno debería estar preparándose para lo mejor. Dentro de poco vamos a recibir un nuevo año y lo normal sería mostrarnos optimistas respecto de lo que pueda traernos. Nuestra convencional medición del tiempo aprovecha ocasiones como esta, si no para esperar lo mejor, para desearlo. Desearlo para sí, para los demás, para el país, para el planeta, e incluso para al cosmos, porque ya sabemos que el lugar que habitamos no es más que un pequeño y accidental grano de polvo situado en los suburbios de una de las cien mil millones de galaxias que existen en el universo, un universo que, para mayor inconmensurabilidad, bien podría no ser el único.
Pensar cosas como esas en un día como hoy no tiene el propósito de aguarnos la fiesta, sino el de ponerlas en el contexto de nuestra tan radical como fascinante soledad. Una de mis lecturas de juventud -el Rubáiyát de Omar Khayyam- dice que, puesto que ignoramos lo que nos reserva el mañana, hay que esforzarse por ser feliz hoy. "Coge un cántaro de vino -recomendó el poeta- , siéntate a la luz de la luna y bebe pensando en que mañana quizás la luna te busque en vano".
De ese autor y de su euforia melancólica se ha dicho que es una rosa con espinas y que su lectura no conviene a los jóvenes. Puede ser. Lo de las espinas está de más, porque todas las rosas las tienen, aunque tratándose de lo segundo no estoy tan seguro. ¿Por qué los jóvenes tendrían que leer solo vidas ejemplares, literatura edificante o alguno de esos textos fantásticos hoy a la moda? Perdonen este tipo de confesiones, pero siempre agradecí que mi padre me hiciera pasar prontamente a la literatura de adultos. Yo no leí "Corazón" ni tampoco "La cabaña del Tío Tom". Él juzgó que lo que había que hacer era ir directamente desde mis novelitas de vaqueros a "El poder y la gloria", de Graham Greene. Como le agradezco también que mucho antes de cumplir la edad requerida me llevara a ver cine de adultos, incluido "Mi secreto me condena", cuando tenía unos 12 años, y que grabó para siempre en mi memoria el nombre de Alfred Hitchcock.
Hoy, bien lo sabemos, las cosas funcionan al revés, al menos en materia cinematográfica. Los jóvenes no se interesan por ver cine de adultos y los adultos prefieren las películas hechas para niños y adolescentes. Muchos padres parten hoy al cine con el pretexto de que llevan a sus hijos, aunque son más bien ellos los que anhelan ver cine de animación o de catástrofe. Yo he desarrollado incluso ciertas dudas acerca de que los enormes bolsones de cabritas que compran en el lugar sean realmente para consumo de los pequeños. Son grandes manos adultas las que cualquiera de nosotros escucha en la oscuridad cuando retiran los puñados de cabritas y son también mandíbulas sonoramente adultas las que proceden luego a masticarlas. Estemos o no dispuestos a aceptarlo, lo que tenemos es un cierto embrutecimiento de las audiencias, alentado por las cadenas de distribución y exhibición cinematográfica que en un mismo lugar pueden administrar 12 salas y exhibir apenas 4 películas, todas muy parecidas entre sí. Esto explica que buena parte del público adulto se quede en casa buscando en diferentes sitios las buenas series y películas que los cines proscribieron hace ya tiempo. Lo malo es que, terminada una de las funciones nocturnas que tenemos en casa, no queda más alternativa que bajar a la cocina a prepararse un sándwich de queso, en circunstancias de que al salir de un cine lo que hacíamos era escoger un restaurante para comer en forma y analizar lo que acabábamos de ver.
Al tenor de lo dicho, los lectores comprenderán perfectamente por qué no presté atención a "Estación Zombie", largo tiempo ya en cartelera, hasta el momento en que un crítico de cine me rogó que le diera una oportunidad. Se la di y tomé una butaca lo más aislada posible de cuantas aparecían ya vendidas. Era la primera película de zombies que me decidía a ver, porque el género me produce franca aversión. Y resultó buena. Muy buena. Toda una película de adultos, con un final bellísimo, y con varias lecturas posibles acerca de que el mundo que nos espera no será de los mejores.