Un día como hoy, pero del próximo año, mi hija de 17 estará viviendo lo mismo que gran parte de los 290 mil jóvenes que recibieron sus puntajes de la PSU.
Con los resultados en la mano, en sus mentes repasarán los planes fraguados durante meses, o incluso años, a los que se aferraron como un salvavidas. Revivirán las conversaciones con sus amigos y profesores, los extraños resultados de los test vocacionales y las expectativas (propias y ajenas) de un futuro que creen con horror deben decidir hoy día.
Con los números en la mano calcularán puntajes, revisarán requisitos y se perderán en un sinfín de información que terminará por sepultar su sentido común.
Escribo estas líneas para ellos y -confieso- para practicar lo que le diré a mi hija ese día, cuando comience a evaluar lo que ella cree será su inamovible destino. Aunque se lo he dicho muchas veces cuando me enumera sus angustias: que no tiene claro qué estudiar, que no sabe "para qué sirvo", que la vocación todavía no se le aparece como la Virgen a los pastorcitos de Fátima.
Pero la voz de los padres siempre se acalla frente a la de sus pares que, con seguridad envidiable, repasan ante ella lo que harán de aquí a 20 años, como si fuera un guion que viene con el certificado de nacimiento.
Como muchos hoy, ella creerá que no hay nadie más dándole vueltas al asunto, que es la única con dudas.
En un día como hoy, le diré -con la experiencia de un buen tramo recorrido- que la vida no comienza ni termina con lo que decida. Que esos puntos que conoció de madrugada, muchos o pocos, no definen lo que ella es y será en el futuro. Más bien abren un mundo fascinante e insospechado que se irá develando paso a paso.
Le advertiré que la vocación no es algo fijo e inamovible que caerá del cielo, sino que se construye en el tiempo. Que requiere de una mente abierta y curiosa, esforzada y alerta.
Con los puntajes en la mano, le pediré que sincere cuál es su realidad y, sea lo que sea que decida, intentaré convencerla de que es apenas un paso de una larga caminata a un destino totalmente abierto.
Si ese paso es seguir estudiando, adelante. Escoge dónde con conocimiento, pero sin prejuicios, mira que estos flotan en el aire como las minúsculas partículas PM2,5 en un día de invierno en Temuco, Santiago o Coyhaique, y se depositan en lo profundo del sistema respiratorio con un nocivo efecto para la salud.
La verdad es que hay muchas más alternativas que estudiar en la universidad, le informaré, y que si le gusta más hacer que teorizar, ahí están los institutos profesionales.
Con los resultados en la mano, intentaré serenar su ánimo, sea este eufórico o deprimido, explicándole que la vida se encarga de ir mostrando los caminos, que al pasar los años y mirar atrás -sean huellas, senderos o carreteras las escogidas-, muy pocos estaban en el mapa.
Que más que nada, hay que ganarle al hábito y la comodidad, que la frustración y la pasión son el motor para llegar a puerto, y que pedir ayuda cuando el rumbo se pone esquivo es de valientes.
Y la dejaré volar (o lo intentaré). Pero en su patita le ataré un delicado hilo transparente que la mantendrá unida a mí en caso de emergencia...