"En la tele hablaron de las desapariciones, sin que a nadie se le ocurriera hilvanar los tres casos. O tal vez sí, y la policía no quería que se enterase la prensa porque siempre arruinaba sus asuntos. Los vecinos mezclaban todo y daban tanta información que a la semana nadie entendía nada y el interés se diluía, para renacer con un nuevo caso. En ese entrecruzamiento de relatos, Lezica pudo enterarse a medias quiénes eran esas personas a las que había matado. Tuvo que hacerlo como cualquier otro trabajo, eso era todo. Le pidieron esos y cumplió en ponerlos en la mira y puf puf. Al contrario de lo que sucedía con otros asesinos, a él no le gustaba saber más de lo que tenía que saber. Cambió de canal".
Carlos Ríos (1967), natural de la provincia de Buenos Aires, tiene una dilatada carrera de poeta, novelista, cuentista y autor de escritos varios y, además, lo publican en Francia, España, Uruguay, Argentina y Chile. Que sea leído o no es asunto de controversia, aunque Cielo ácido , de donde proviene el párrafo citado, es una obra interesante desde varios puntos de vista. El primero de ellos reside en la genuina viabilidad del género policial entre nosotros, ya que Ríos no se sujeta a ninguna de las tradiciones conocidas y más bien practica una fórmula cercana al relato de terror y, en sus momentos disparatados, la trama posee rasgos que la aproximan a la ciencia ficción: la ciudad donde transcurren los hechos podría ser la capital argentina o una metrópolis del futuro cercano, muy contaminada e inhabitable o bien, una localidad indeterminada, dada la enorme cantidad de alusiones a sitios extranjeros que pueblan Cielo ácido . En realidad, el idioma mismo de este texto es un híbrido de jerga española y sudamericana, y Ríos nunca se pone de acuerdo consigo mismo en cuanto a la lengua que está empleando.
El otro rasgo novedoso de este libro y que bien puede marcar una tendencia en los escritores parecidos a Ríos, reside en el tratamiento del tema del asesino en serie. Lejos de ahondar en él o detenerse siquiera un momento en la psicología de tan turbulento personaje, el autor porteño lo retrata casi como un ser común y corriente: si al comienzo ha despedazado a tres personas por encargo, disponiendo de sus restos en paquetes y envases ad hoc , la perspectiva de continuar con estas simpáticas tareas no se traduce, para Lezica, en ningún cargo de conciencia o tópico moral, sino en un simple trabajo más, siempre que se haga bien, siempre que eso le permita ganar dinero.
El problema es que la organización que le encomienda tan dulces oficios queda muy descontenta del actuar de Lezica: él tiene el pésimo hábito de hacer desaparecer los cadáveres literalmente, es decir, sin dejar huella alguna de ellos, recurriendo a sustancias químicas eficientes para tales efectos. Sin embargo, sus espectrales patrones no se contentan con esto y por más que Lezica les entregue dedos u otras partes de la anatomía humana, los gánsteres solo se conforman con cuerpos enteros. Así, nuestro héroe se fija en Waldo Torrico, un presentador de la pantalla chica y aquí entran a tallar ciudadanos con nombres tan implausibles como Concordio, Harinas Sandoval o Víctor Angola. A poco andar, sabemos que, fuera de la extraña profesión que ha elegido, Lezica es hijo único de madre sobreprotectora, con un padre ausente y una vida sentimental, sensorial o sexual prácticamente inexistente, salvo que la lleve a cabo de manera vicaria o en sus fantasías oníricas (en realidad, hay muchos, quizás demasiados sueños en Cielo ácido ).
En el fondo, esta ficción es un enigma, tanto literario como extraliterario. Y esto presenta otro tipo de encrucijadas, que quizá podrían resultar apasionantes para estudiosos de un tipo de escritura que se caracteriza deliberadamente por el descuido, la improvisación súbita o la falta absoluta de coherencia. Dicho sin ninguna mala intención, a Ríos le sobran imaginación y recursos, si bien queda claro que se le escapan hacia lo ininteligible o, en el mejor de los casos, a lo que es de frentón truculento.
Los editores dicen que Carlos Ríos "trabaja en los márgenes del policial para revelarnos las batallas de una prosa lisérgica que, con espíritu impresionista, captura una historia y la inscribe en la contracara del género". Tal vez las "suturas incontrolables", "los granizos verdes y rosados", "un cóctel de penumbras" o "la borrasca angosta y cenital" sean estimulantes muestras de esta prosa lisérgica o, tal vez, haya que esperar otro título de Ríos para saber en qué consiste todo aquello.