Hace medio siglo nuestros actores 'descubrieron' que, dada la ausencia de apoyo estatal, hacer telenovelas les permitía subsistir decentemente para poder dedicarse a su real vocación, la actuación en las tablas. Hoy esa premisa mutó en forma radical: en el medio existe mayormente un amplio contingente de actores de TV que de modo ocasional, a veces esporádico, se dan el gusto de participar en algún montaje. Como miembros de ese 'star system' criollo ellos engrosan sus ingresos y estatus además como 'rostros' publicitarios, 'embajadores' de marcas y animadores de eventos públicos y privados.

A estas alturas tal parece muy difícil que surja una corriente de reacción a este "establishment" cuya naturaleza torcida luce natural (y en el mundo entero no hay otra plaza que se respete en que ocurra algo así). Dentro del abandono gubernamental endémico a la creación artística, ¿quién podría interesarse por estos días en recuperar la profesionalización del artista escénico que asentó el movimiento universitario? ¿Cómo se le podría pedir a alguien que renuncie a un sustancioso ingreso fijo, para cumplir un sueño sin expectativas?

Entonces no debe extrañar que la cartelera merme progresivamente en calidad. Las grandes atracciones son más bien las importadas. La producción local se debe a unos cuantos idealistas, a quienes no obtuvieron contrato anual de la tele, y a los jóvenes egresados que prueban suerte un par de veces y si no tienen mucho talento y buena presencia, luego desaparecerán. Cada año hay salas que cierran mientras proliferan otras que ofrecen divertimentos de poca monta. Eso habla mal también de las apetencias del público que exige poco y se ha 'argentinizado' en el peor sentido: aplaude de pie aquello que no lo merece.

En este panorama en que el buen teatro es un verdadero milagro, la temporada que termina no pudo ser más opaca. Igual hubo hallazgos. Empezando por "La viuda de Apablaza" de Rodrigo Pérez, primera y atractiva versión contemporánea del mayor clásico de la dramaturgia chilena, y "Pulmones", pasmosa joyita de origen británico que brilló en dar mucho con muy poco. En esto se lució igualmente el unipersonal de Héctor Noguera "El epicedio", en tanto Italo Gallardo volvió a asombrar por su creatividad en el área del teatro documental ("Los que vinieron antes"). En el campo del musical sorprendieron los altos méritos de "A Chorus Line"; en teatro familiar "La guerra de las matemáticas" resultó una completa delicia, también para los grandes, y a último minuto apareció una maravilla experimental, "Momento/Variación". En el polo opuesto hubo, por cierto, varios sonoros descalabros cuyos antecedentes prometían; a saber, "El lobby del odio", "El avaro", "El hotel" del Teatro La María, "Skylight", "Realismo" (mala despedida del Teatro de Chile), "Punta de rieles".

Entre las actrices sobresalió Blanca Mallol, memorable en un rol que elevó el nivel de "Jardín", drama familiar solo correcto, y entre los actores Francisco Ossa, que brindó no uno sino dos desempeños notables y distintos, el de "Pulmones" y el de "La viuda de Apablaza"; en este último -como Mallol- pudo dar valor protagónico a un personaje que no es tal. Aportes virtuosos venidos del extranjero hubo varios, entre ellos "La tempestad" coreana, "ID" por el Cirque Eloize, la neoyorquina "El select"; y también algún penoso fraude, como la porteña "Escenas de la vida conyugal", que hizo de Ingmar Bergman un guionista de 'sitcom'.