El presidente del Banco Central trajo malas noticias para el país: creceremos bajo el umbral de lo esperado. Su informe ha generado decepción y alarma entre los expertos. Décadas atrás en Chile, cuando hablaba el rector de la U. de Chile, era titular en los diarios; ahora es titular el presidente del Banco Central. No desprecio para nada la economía (creo, por lo demás, que es una disciplina fascinante), pero me preocupa que en estas últimas décadas la economía haya pasado a convertirse -para muchos- en la única dimensión del país. La economía es importante en nuestras vidas, pero somos algo más que "homo economicus" y los indicadores económicos (PIB y otros) no son los únicos que pueden describir un país.
Hay otras dimensiones de la realidad que muchos parecen ignorar o considerar marginales: la dimensión cultural, espiritual (no digo religiosa), antropológica. En algo coinciden los "Chicago boys" y los marxistas ortodoxos: en considerar a la cultura y el espíritu como epifenómenos de la realidad material. Ambos vienen de una misma matriz positivista, y a ellos cada cierto tiempo hay que recordarles que "no solo de pan vive el hombre".
Tal vez sea hora de hablar también de los otros "crecimientos". Me parece que el crecimiento "cultural" es una de esas dimensiones olvidadas. No me estoy refiriendo a cifras de "audiencias" culturales o índices de lectura, u otros indicadores que los gestores culturales han terminado por confundir con desarrollo cultural. Salgámonos un poco del "pensar calculante" (que todo lo convierte en cifras) y hablemos de cultura como el cultivo de algo propio, algo genuino, profundo, que tiene que ver con nuestro ser más propio.
¿Qué hemos hecho con ese ser propio? ¿Lo hemos cuidado, hemos regado las mejores flores de nuestro jardín, o las hemos reemplazado por flores artificiales, copiadas, importadas, como lo hizo ese emperador chino del cuento que -siguiendo el mal consejo de sus asesores- prefirió un ruiseñor mecánico al ruiseñor de verdad que cantaba maravillosamente en su jardín? Los asesores pueden alcanzar un poder inusitado cuando los que lideran un país o un imperio no tienen un pensamiento propio y solo están preocupados de las encuestas, del "qué dirán", de las cifras que "visten", de "caer bien" a sus ciudadanos en vez de invitarlos a pensar un futuro que tenga raíces en lo propio, para que no nos extraviemos.
Los países, las comunidades se extravían cuando tratan de ser lo que no son. No solo se extravían, también se enferman. ¿Por qué hay tanta depresión en Chile? ¿Por qué este alcoholismo desatado en nuestros jóvenes y adultos? ¿No estaremos creciendo mal? ¿No será el momento de pensar en un crecimiento de conciencia que genere un nuevo estado anímico, no este crispado y odioso en el que estamos empantanados ahora?
¿Cuáles son nuestras conversaciones, nuestras prioridades, nuestros anhelos? De lo que más se habla en todas partes, en Chile, es de plata... pero no solo en el Banco Central: en la sobremesa familiar, en los matrimonios. ¡Qué monocordes nos hemos vuelto! ¡Qué pobres! Claro que hay algunos que plantean que las urgencias son otras, que detenerse a hacerse preguntas sobre el "ser" es un lujo que un país en vías de desarrollo no puede darse.
Me parece una aberración postergar los grandes temas hasta que hayamos alcanzado un desarrollo económico sólido. Si lo hacemos, agregaremos a los problemas de la indigencia social los de la indigencia espiritual. Incluso, uno podría preguntarse si los estancamientos económicos no serán las manifestaciones más superficiales y visibles de estancamientos más profundos. Porque la economía no puede estar desvinculada de las otras dimensiones de la realidad. ¿Crecer? Sí, pero antes que nada hacia adentro, para responder como lo hacía Goethe cuando le preguntaban por logros exteriores: "en lo interior, ya está hecho".