Hans Magnus Enzensberger (1929), uno de los grandes autores alemanes de hoy, ha abordado todos los géneros literarios, desde la novela y el teatro, a la poesía, el periodismo o la narrativa infantil. Sin embargo, su fuerte es el ensayo y pocos intelectuales europeos se le igualan en cuanto a variedad temática, perspicacia y sobre todo, iconoclastia. Hace mucho tiempo que sus lectores querían que escribiera sus memorias, ya que su vida ha sido tan aventurera como la de muchos personajes que ha analizado; Enzensberger, no obstante, se ha mostrado muy reticente y Tumulto es lo más parecido a eso que el escritor nos ha entregado.
Compuesto a los 85 años, Tumulto es un libro que muestra la misma lucidez y el mismo desplante que el literato demostró cuando, más o menos en la treintena, empezó su carrera. La obra consiste en una serie de recuerdos, hilvanados en cinco capítulos, que comienzan en 1963 y llegan hasta 2014. Indudablemente, las preocupaciones principales de este texto son de tipo político, con cuidadosas y discretas alusiones a sus experiencias familiares o sentimentales, así como breves relatos acerca de amigos, algunos célebres, otros ignorados por el grueso público. En realidad, Enzensberger ha conocido a tanta gente de renombre -Nikita Jruschov, Henry Kissinger, Salvador Allende, Fidel Castro-, que tiene todo el derecho del mundo a citarlos, aunque hay muchísimos otros que, contrariamente a lo que parecen ser los deseos del narrador, pueden olvidarse debido a que es más fácil rememorar a las luminarias que a los héroes y heroínas anónimos que pueblan Tumulto .
Básicamente, la historia que se nos cuenta es la historia de una desilusión, vale decir, la desilusión con el comunismo o mejor dicho con el socialismo real. Con todo, se trata de un desengaño matizado, sutil y que, gracias al estilo paródico y al humor de Enzensberger, nunca cae en la ramplonería; por el contrario, siempre hay toques de humanidad y episodios hilarantes que otorgan un especial brío a este volumen. Enzensberger fue invitado por primera vez a la ex Unión Soviética en 1963 y obviamente la impresión inicial que se le grabó fue pésima. En cambio, durante la segunda ocasión visitó por largo tiempo el extensísimo país y se llevó sorpresas mayúsculas: en las ciudades siberianas había mucha mayor libertad que en Moscú; en las comunidades de científicos todos hablaban pestes del régimen; la facilidad para moverse de un punto a otro era una realidad inimaginable en la capital; por último, conquistó a una beldad rusa, Masha, hija de una gran poetisa, ella misma aspirante a escritora y claro, tan temperamental como lo sería una protagonista de Dostoievski, a pesar de lo cual terminó casándose con ella (en el segundo de los cuatro matrimonios que tuvo).
En Cuba las cosas resultaron distintas: los comienzos revolucionarios parecían prometer una democracia sin precedentes, pero, bueno, ya sabemos cómo terminan todas las revoluciones. Hans vivió con Masha en la isla y lo curioso fue que, mientras a ella le fascinaba todo lo que ahí pasaba, él comenzó muy luego a detestar todo: las absurdas medidas económicas; el inconcebible culto a la personalidad; la caída en picada del romanticismo, causada por el creciente clima dictatorial y, desde luego, por el absurdo y contraproducente bloqueo norteamericano.
Mientras tanto, en Europa estallaban los movimientos estudiantiles y sociales que querían poner todo patas arriba: el mayo del 68 en París, la primavera de Praga, el terrorismo en Italia y, muy en especial, el surgimiento de grupos insurreccionales en la entonces Alemania Federal. Enzensberger ha sido admirador del anarcosindicalismo español, de la representatividad directa en la Comuna de París y de otros fenómenos similares; aun así, él mismo jamás ha estado ni remotamente cerca de guerrillas urbanas o movimientos afines. Y he aquí que presta su casa y se hace amigo de los integrantes de la banda Baader-Meinhof, que dirigieron horrendos atentados contra instalaciones gubernamentales. En otras palabras, ahora primó claramente el idealismo sobre el escepticismo o quizá una ingenuidad que uno puede permitirse solo en su propio país.
Tumulto es un ejemplar para quienes aún conservan algo de memoria. Y en lo formal, se presenta como un diálogo entre alguien que ha alcanzado la sabiduría y la agudeza de pensamiento y el joven insurrecto que él mismo pretendió ser. De este modo, en lugar de presentarnos una retahíla de amarguras, Enzensberger nos proporciona un trabajo brillante y provocador.