La dificultad de fondo del estreno de producción propia con que Matucana 100 festeja sus 15 años de actividades, "El lobby del odio", es que su autor, Benjamín Galemiri, no revela evolución alguna en su estilo, aquel que le ganó prestigio como el dramaturgo chileno más original de los 90, y el que mejor reflejó en escena la vuelta a la democracia y la posmodernidad en el cambio de milenio. Tras ocho años de silencio, es el segundo texto de los tres que marcaron esta temporada una " rentrée" suya tan prolífica como en sus mejores tiempos (y es el primero de creación genuina, porque "El avaro" -en julio, en tributo al aniversario 75 del Teatro de la U. de Chile- fue una "versión" de Moliere).
Escrita en 2006, "El lobby del odio" difiere de sus piezas anteriores, en que es una comedia más íntima, y no política o social; si bien la intención satírica acompaña igual el retrato del inevitable desamor de una pareja con 20 años de convivencia. Sus únicos personajes son un científico chileno exiliado en Francia y su esposa gala también científica, que buscan recomponer su relación mientras en un laboratorio de alta montaña investigan la creación de una píldora de la felicidad (eso los hace rivalizar por el Premio Nobel).
Es una idea típica de Galemiri, otra de sus fantasías delirantes para sustentar su habitual despliegue de barroquismo oral colmado de ironía "clever". Claro que su exceso de adjetivación -con abuso de prefijos como post, neo o híper- suena ahora repetido, escuchado antes demasiadas veces, y sus elaborados juegos de humor intelectual ya no causan gracia como otrora. Entonces uno se pregunta: ¿por qué elegir un texto cuya ineficacia y recargada verborrea estaba a la vista desde su publicación hace una década? ¿Hay algo más frustrante que una comedia que no nos haga sonreír pese a sus muchos esfuerzos?
No es todo. Para el notable diseñador escénico Rodrigo Bazaes que dirigió, esto no es como poner en escena la "Oleanna" de David Mamet que condujo en agosto, una ficción con parámetros bien definidos a priori. Aquí, como en tantos montajes de Galemiri que recordamos, crea un inexistente Narrador para adjudicarle las torrentosas acotaciones del texto, y le agrega una ayudante. Hay un atractivo diseño integral de Cristián Reyes, cuyo impacto visual se agota a los 15 minutos. Porque a la hora de insuflarle vida a la interacción de unos personajes y un diálogo escasos en sustancia dramática, el andamiaje se desmorona rápido. La función de estreno que vimos, tras un aplazamiento de una semana, dio la penosa impresión de que al elenco le faltaba a lo menos un mes de ensayos; o que se les había dado la orden de 'marcar', o sea, ahorrar energía actoral para dedicarse más bien a ubicarse dentro de la escenografía.
Serio error fue dar el rol principal, 'alter ego' del autor, a Gregory Cohen, cuya carrera -salvo una breve reposición hace un lustro de "Lily, yo te quiero", la legendaria pieza que coescribió e interpretó en los 80- derivó en las últimas décadas al cine y la literatura. Él se mostró aquí como un actor teatral inseguro y fuera de training , sin recursos ni proyección, sobre todo sin el histrionismo que requería un empeño de este calibre. Que el Narrador de Nicolás Zárate despertara muchísimo más interés que el protagonista, resultó tan notorio como inadecuado.
Matucana 100. Hoy última función a las 19:30 horas. Desde $3.000. Informaciones al 29649254.