Esta novela fue llevada al cine en 1990, bajo la dirección de Denis Hopper. Hay quienes sostienen que se trata del único buen trabajo actoral de Don Johnson. Los fans de Miles Davis y John Lee Hooker admiran una banda sonora extraordinaria, quizá mucho más memorable que la película. Pero la gran sorpresa es este libro, escrito en 1953 por Charles Williams, y largamente olvidado por los catálogos editoriales. Al leerlo, no sorprende saber que Orson Welles, François Truffaut y Claude Sautet llevaron novelas suyas a la pantalla grande. Y dan ganas de ver nuevamente la película de Hopper, o que alguien se atreva con un remake sobre la base del guion que dejó escrito el mismo Williams.
Zona caliente es un policial negro muy en la línea de otras novelas extraordinarias que La Bestia Equilátera ha rescatado, como Mi ángel tiene alas negras o El nombre del juego es muerte. Escritas, la mayoría, desde la mirada del criminal, desesperanzadas y amargas, lúcidas e implacables, son la gloria de un género que tuvo sus momentos más altos en las décadas de los 40 y 50. La de Williams se ambienta en un caluroso pueblo texano. La narra Harry Maddox, el protagonista. Hay dos mujeres, una joven, ingenua y sufrida; y otra algo mayor, cruel, astuta y sin escrúpulos, una villana de antología. Y si el rodaje del motor narrativo avanza con parsimonia al comienzo, hacia la mitad el ritmo se torna casi insoportable por la tensión que Williams logra en el desarrollo de una historia que no da respiro, que rompe las previsiones de la manera más sabia posible: no te lo esperabas, pero crees que lo sabías; el giro argumental te deja atónito, pero reconoces que era el único desenlace posible, era lo que estaba suspendido en el calor que parece brotar del suelo, en la ambición desmedida, en los ojos fríos de un sheriff con oficio y persistencia, en ese otro calor de la sensualidad, las curvas y los encuentros clandestinos, en el abismo vertiginoso de los celos, en el chantaje, en esa realidad ya indiscutible del ahogo, la monotonía y el encierro de un pueblo chico donde todos se conocen y hasta el ciego del lugar puede reconocer a todos simplemente por el silbido de la respiración.