El uso de internet es ya tan habitual en nuestras vidas como la electricidad o el automóvil, a tal punto que, al igual que en esos casos, la mayoría nos veríamos en aprietos si nos pidieran explicar cómo funciona. De cada 100 chilenos, según cifras oficiales, tienen hoy acceso a ella 84. Es una cifra impresionante para una tecnología que se inició recién durante la década del 60. Estoy entre los que consideran que se trata de un avance cuyo impacto cultural es comparable a la introducción de la imprenta. En general, le tengo enorme gratitud: casi no voy al banco porque hago mis pagos desde mi casa no solo de las cuentas, sino también de los honorarios de terceros y recibo los míos sin tocar los billetes. Tampoco soporto colas tediosas para pagar mis impuestos, emitir boletas o cancelar la patente de mi auto. Compro libros y música entre una oferta vastísima, y puedo gozar de ellos de inmediato. Juego ajedrez con miles de jugadores de otras partes del globo, escucho música o leo libros, periódicos, revistas, artículos que me mandan mis amigos. Envío y recibo correos, algunos muy útiles, otros largas epístolas amistosas que me llegan al instante.
Recibo instrucciones y encargos relativos a mi trabajo y remito a mi empleador, sin moverme de mi casa, las tareas encomendadas. Veo películas y series. Averiguo información, estudio de manera autodidacta y sigo cursos de muy buen nivel en cualquier área hacia la que la curiosidad me atraiga. Pertenezco a varias redes sociales, las que, si bien no sustituyen la cercanía presencial, me abren a encuentros, comunicaciones y conocimientos impensados para mí hace una década y que, sin duda, me enriquecen. Puedo planificar en detalle el viaje que voy a realizar o llevarlo a cabo virtualmente de manera asombrosa. Visito museos y me detengo morosamente ante las pinturas que más amo. Escucho videos en que poetas recitan su obra, escritores hablan del escribir o filósofos exponen sus ideas. Concierto citas. Mi habitación, casi diría mi cama, se han convertido en un multicentro cultural y de trabajo.
Estoy consciente de que la internet va asociada a otras tecnologías para proporcionar todo esto, pero no dejo de admirarme ante el impulso que proporciona para trabajar, crear, entretenerse, informarse y comunicarse.
Como toda tecnología, es ambivalente y, en consecuencia, acarrea también perjuicios. Podría citar muchos ejemplos de basura, incluso crímenes, que se ven facilitados gracias a internet. Pero ese inexorable doblez no debiera restar alegría a la noticia de la alta conectividad que ha alcanzado Chile. Ya que no todos los que integran ese 84% disponen de un acceso igualitario, cualquier gobierno debería fijarse como meta prioritaria subir todavía más la cantidad y, sobre todo, la calidad de la conexión, abaratando los costos de esta gran herramienta.