Metallica - "Hardwired... To Self-Destruct"
A 25 años de "The Black Album" (1991), era necesario que Metallica lanzara un disco demoledor. Después de ideas mal ejecutadas o pasos en falso, el cuarteto californiano se debía a sí mismo un reencuentro con la furia que, canalizada en el thrash metal, definió el presente y el futuro del género. Luego del lanzamiento del primer
single, llamado "Hardwired", las expectativas detrás de "Hardwired... To Self-Destruct" (2016) eran altas, tanto como la cumbre desde la que la banda se estrellaría en caso de anotar una nueva decepción. Pero el todo o nada arqueó la balanza a favor de los hombres de James Hetfield, que con un álbum dividido en dos partes recuperó la gloria detrás de su nombre.
Aunque se trata de un trabajo extenso, con más de una hora y cuarto de duración y canciones de seis o siete minutos, la banda evita el tedio manejando los tiempos del disco de forma fantástica. Porque acelera delirante en "Atlas, rise!" y "Moth into Flame" (canción inspirada en la muerte de Amy Winehouse, tras ver el documental ganador del Oscar "Amy") y construye cada corte desde la base de
riffs infernales e impredecibles choques de tempo, con el baterista Lars Ulrich y Hetfield como arquitectos del ruido. También con intervenciones distinguidas de Robert Trujillo en el melodioso esqueleto de "ManUNkind" o de Kirk Hammett en los momentos instrumentales de "Am I Savage?" y "Murder One".
Pero sobre todo, con los guiños al reencuentro de las armonías tenebrosas que se escuchan en la marcha fúnebre que inicia "Confusion" o el espesor de las guitarras de "Dream No More", dejando en el epílogo la atronadora "Spit Out the Bone", el cierre que sintetiza los hitos de "Hardwired... To Self-Destruct". Esta vez, con Metallica no se trata de homenajearse a sí mismo, sino de escarbar en el pasado, mirar las fotografías y recordar qué los hizo grandes. Porque esto no se define como un regreso, es tan solo ubicarse de donde nunca debieron moverse.
Little Mix - "Glory Days"
La historia ha sido escrita por igual para todos. Así como sus coterráneos One Direction o su par femenino estadounidense Fifth Harmony, la corta vida de Little Mix partió en el programa "The X Factor", después de que Perrie Edwards, Jesy Nelson, Leigh-Anne Pinnock y Jade Thirlwall fueran rechazadas como solistas y reconvertidas en cuarteto. ¿Pero qué diferenció a estas chicas para haberse transformado en un fenómeno en su país? Probablemente, cuatro voces que se alimentan entre sí y que solo explotan al unísono, o la búsqueda sin tapujos de un pop efectivo y comercial. Nada de experimentar, la premisa detrás de su último disco "Glory Days" (2016).
Una placa que abraza una serie de ritmos que mandan en los
rankings de ventas, en una ruta que a ratos gira hacia la fiesta y en otras hacia el bajón de las decepciones del corazón. Conjuga la épica pop de los juegos corales en "Shot Out to My Ex" y le añade cuerpo en los arreglos de guitarra acústica; revisita el rhythm and blues en clave electrónica con "F.U.", mientras -en una de sus mejores interpretaciones conjuntas- retrata el limbo del desamor adolescente con frases como "eres sucio, asqueroso, pero no puedo tener suficiente de tu amor"; añade el EDM de cadencia caribeña de la que se ha apropiado Major Lazer en "Touch".
Aunque en ese afán de asegurar público y éxitos es donde radica el principal problema de "Glory Days". Salvo excepciones contadas, los cortes que componen el álbum parecen haber sido oídos en un sinfín de oportunidades anteriores; más que reconocibles, las canciones terminan por volverse demasiado predecibles. Salvo ese pequeño gran detalle, Little Mix confía sus insignias a las voces de sus integrantes -desde allí se construye el proyecto- y a un proceso de producción que exalte cada una de ellas. En las británicas no hay secretos, son lo que son.