Así como hay gente que busca incansablemente historias que los fascinen, hay otros que parecen perseguidos y casi acosados por estas. El legendario Werner Herzog debería caer, sin duda, dentro de esa última categoría: basta pensar en sus aventuras con osos grizzly, monjes tibetanos, científicos en la Antártica, cavernas rupestres, condenados a muerte, elencos bajo hipnosis y las numerosas batallas libradas con el actor Klaus Kinski, solo para mencionar algunas de las incontables correrías que han alimentado la imaginación de su audiencia durante casi medio siglo; pero una mirada más detenida sobre esos relatos y filmes deja al descubierto que lo suyo es otra cosa. Su combustible creativo no emana necesariamente de la mera extrañeza o extravagancia de los temas que toca, sino de la increíble intensidad con que es capaz de plantarse frente a ellos, como si fuese presa de un ferviente impulso -romántico, en el mejor sentido germano de la palabra- que él se niega a resistir.
Y, como corresponde, ello salta a la vista en sus nuevos trabajos de la temporada: los documentales "Lo and Behold, Reveries of the Connected World" (que se exhibió en el pasado Sanfic y ya circula en Blu-ray) e "Into the Inferno", que desde hace unas semanas se integró al catálogo de Netflix. El primero recoge una buena cantidad de observaciones en torno al origen, desarrollo y perspectivas de nuestra relación con la tecnología; en el segundo, recorriendo el mundo en busca de peligrosos volcanes en activo, retorna a una de sus ideas favoritas: la naturaleza como entidad inconmensurable e indómita; un espacio en el cual, a la hora del recuento, el hombre y su especie no jugarán más que un papel pasajero y residual.
Observando junto al vulcanólogo Clive Oppenheimer las enigmáticas formas que adquiere en cráteres indonesios e islandeses -captadas en tomas tan arriesgadas como bellas-, no cuesta nada creerlo: si el joven Herzog, que subía los macizos amazónicos en "Aguirre" (1972) y arrastraba un barco montaña arriba en "Fitzcarraldo" (1982) era de un antropocentrismo tan voluntarioso como feroz; el viejo Werner (que celebró sus 74 en septiembre pasado) hoy se maravilla de que no nos hayamos extinguido todavía, como ha ocurrido con incontables especies olvidadas por la noche de los tiempos. Ese sentimiento, que anima los momentos más inspirados de "Cave of Forgotten Dreams" (2010), su cinta acerca de las horas pasadas al interior de la cueva de Chauvet, que preserva imágenes creadas por humanos hace 30 mil años, también está presente en las inquietantes especulaciones que los entrevistados en "Lo and Behold" - hackers , neurólogos, adictos a los videojuegos, comunidades antitecnológicas, emprendedores y varios padres de la internet- van deslizando acerca de un futuro del que el realizador va poco a poco desinteresándose, porque carece de algo que ha buscado literalmente por cielo, mar y tierra: las huellas, los vestigios de nuestras empresas frustradas; de caminos que se emprenden sin salida. Rasguños efectuados sobre la superficie de un planeta que los borra como si nada, igualando en este proceso aciertos y errores, descubrimientos y falacias, epopeyas y descalabros.
Escoltados por soldados en la abrasadora depresión de Danakil, al norte de Etiopía, Herzog y Oppenheimer llegan hasta el borde del Erta Ale (uno de los tres volcanes en el mundo con magma expuesto al aire) no solo para mirar al interior de ese averno, sino también lo que se despliega a su alrededor. Numerosos restos de herramientas de obsidiana procedentes del cráter, datados en hace decenas de miles de años. Participan, además, de algo único: el descubrimiento de fragmentos de un esqueleto homínido de alrededor de 100 mil años, período donde la especie estuvo más cerca que nunca de la extinción. La cámara, los ojos de Werner rascando el suelo, despejando el polvo y los siglos como en pos de un espejo para contemplarse a sí mismos.
LO AND BEHOLD Estados Unidos, 2016, 98 min.
INTO THE INFERNO Estados Unidos, 2016, 104 min. Dirigidas por Werner Herzog.