Se debate en estos días la necesidad de que Metro construya edificios en los predios que antes debió demoler para efectuar ahí excavaciones de acceso a las obras subterráneas y a las estaciones. No hace mucho, la empresa estatal se excusaba de tal debate con el pretexto de que "no es una inmobiliaria". Pero la historia, la experiencia internacional y los argumentos de arquitectos y urbanistas chilenos le han hecho entrar en razón. Y es que en todo el mundo se hacen hoy gigantescos esfuerzos para zurcir y recomponer el paisaje urbano destruido o degradado por obras de vialidad y transporte urbano. En efecto, a mediados del siglo 20, de la mano con el Movimiento Moderno y su exaltación del automóvil, muchas ciudades aceptaron, casi con orgullo, gigantescas obras de infraestructura que arrasaron con la ciudad histórica. En Santiago, el ejemplo más evidente es la carretera Norte-Sur, que implicó la demolición de 40 céntricas manzanas, incluidos DANNEMANNtesoros arquitectónicos, y que hoy se propone cubrir para intentar reconectar un barrio poniente empobrecido desde ese momento. En esta generación, ciudades norteamericanas y europeas han invertido sumas estratosféricas para revertir el daño paisajístico, económico y social causado por obras de infraestructura vial, mientras en Santiago todavía hoy aparecen monstruosos nudos de autopistas urbanas, creyendo que somos más modernos por ello.
No es así. En nuestro país de aspiraciones insatisfechas, ilusiones de progreso y falsas pretensiones, todavía abundan quienes ven en el automóvil la máxima expresión del éxito individual, aunque su proliferación signifique, literalmente, la ruina y el descontento de la ciudad entera. ¡Vaya paradoja! Hoy sabemos que ensanchar calles y autopistas no solucionará absolutamente nada. Sabemos también que las ciudades más eficientes y agradables son las que usan menos el automóvil, las que destinan más espacio y recursos al peatón y al transporte público, las que promueven la integración social y las que incorporan la opinión del habitante en el diseño urbano.
Es así como Metro tiene, en realidad, la obligación de restituir el paisaje urbano -lo edificado- allí donde deba intervenirlo para construir sus proyectos. El histórico esfuerzo que implica lograr una ciudad diseñada a partir de visiones y normas no puede ser sacrificado, bajo ningún pretexto. En barrios bien configurados, como en el entorno del Parque Forestal o de la avenida Providencia, o en intersecciones de escala metropolitana, como en el caso de Irarrázaval con Pedro de Valdivia, entre otros, es irresponsable dejar a perpetuidad un vacío casual, producto de una demolición. Hay aquí, por lo tanto, una seria oportunidad para debatir ciudad, para hacer arquitectura contemporánea y, por qué no, para convocar a jóvenes talentos a través de concursos, como corresponde siempre a proyectos públicos.