Puede ser cierto que los torneos cortos, o extremadamente cortos como el actual, premien rachas. También que un certamen de este tipo se preste para que la urgencia del resultado inhiba propuestas futbolísticas que requieran un mayor desarrollo en cuanto a tiempo de trabajo y maduración (como bien observaba el martes Sergio Gilbert en este mismo espacio de opinión). Y es hasta posible que si no existiera la obligación de incluir juveniles para completar una cantidad de minutos en cancha, la presencia de los mismos fuera aún más exigua que la actual.
Es condición sine qua non que toda competencia contemple premios y castigos, y que tan atractivos como un título y cupos a torneos continentales, sean los ascensos y descensos de categoría. También que desde ese punto de vista pueda entenderse como "más justo" que la extensión de un torneo evalúe campañas más que rachas y equilibrios de fuerzas cuando se juega de local y de visita ante un mismo rival dentro de un solo certamen.
Sin embargo, nada, absolutamente ningún sistema puede resistir la cantidad de interrupciones que ha tenido este campeonato desde el momento en que la presencia de un "club superior ", como la selección nacional, domina la escena y determina los ritmos de competición, interviene la normal calendarización, desvía la atención del hincha y muchas veces, indirectamente, los recursos financieros derivados de la publicidad.
Atribuirle todos los males del fútbol chileno, como por ejemplo la escasa competitividad internacional en torneos continentales, a la estructura del presente torneo o al modelo de solo una rueda con playoff es una falacia. Una demonización -seamos honestos- que también pasa por esa pésima y discriminatoria tradición que tenemos de menospreciar cualquier competencia si es que Colo Colo o Universidad de Chile no están metidos en esa pelea. Un ninguneo histórico, hiriente e incluso clasista, que cruza transversalmente a todos los actores de la industria del fútbol chileno y que se ha visto parcialmente compensado con estos torneos mal llamados "democráticos" y, por supuesto, también con la desjerarquización que los clubes grandes han tenido durante este siglo.
Es un buen ejercicio editorial revisar los niveles de crítica que registran otros torneos similares en los que Colo Colo o la U han estado en las últimas fechas disputando el título. En aquellas ocasiones, los pocos cuestionamientos al sistema no han sido tan profundos, conceptuales ni terminales; las reflexiones, más bien, han relevado lo provechoso que significa tener dos campeones en una temporada y lo satisfactorio que sean nuestros representantes en la Copa Libertadores o Sudamericana. Da la impresión que hoy, a la ausencia de los grandes en la disputa del cetro, se suma la incomodidad de que sea Deportes Iquique el principal aspirante al título. Como si su virtuoso rendimiento tuviera menos valor, ya sea por sí mismo o por su circunstancia.