Ni Hillary Clinton ni Donald Trump eran los candidatos ideales para una competencia por el liderazgo de la nación más poderosa del planeta.
Cada uno tenía más debilidades que fortalezas, y no parecían las mejores opciones de sus respectivos partidos. Pero la democracia estadounidense tiene sus particularidades, y los votantes suelen dar sorpresas que ni los encuestadores ni los analistas más agudos pueden prever.
Comparto la visión de que el triunfo de Trump se debe a un hartazgo de los votantes por un estilo político gastado, a un descontento por la situación económica, y porque el candidato les ofreció algo nuevo, diferente, un cambio.
La campaña de Hillary Clinton y los medios de comunicación enfatizaban el riesgo que sería para Estados Unidos, en el plano económico, internacional y social, que Trump ganara.
Los norteamericanos que decidieron la elección prefirieron ese "cambio con alto riesgo".
No les importó el temperamento inestable o explosivo (de quien podría apretar el botón nuclear, por ejemplo), tampoco les importó que no tuviera preparación para el cargo o que le faltara experiencia política. Eso era justo lo que buscaban: alguien nuevo, que revolucionara la forma de gobernar. Entonces, sopesadas las debilidades de Hillary y los riesgos de Trump, optaron por este último.
Del mensaje de Trump lo más golpeador fue el sesgo xenófobo, contra el inmigrante, contra la globalización.
El sistema imperante de movimiento de bienes y personas trae grandes beneficios, pero estos no llegan a todos. Hay bolsones de pobreza en lugares donde hubo industrias que ahora emigraron hacia países con mano de obra más barata, y aunque los bienes de consumo están menos caros y eso beneficia sobre todo a los más pobres, no es suficiente, porque su nivel de vida parece haberse estancado.
Y de pronto, el norteamericano siente que con la llegada de los extranjeros ha perdido el control de su sociedad, que con la irrupción de los "afuerinos" se ha perdido lo propio. Sienten que está en peligro lo que Francis Fukuyama denomina su "comunidad cultural orgánica". Esta ya no les pertenece en exclusiva, deben convivir con extraños que no comparten sus valores ni costumbres, y para más remate, ellos están obligados a aceptar los de los nuevos integrantes; si no, se los mira como trogloditas políticamente incorrectos.
Trump se atrevió a decirles que pueden expresar abiertamente su malestar.
Ese mensaje llegó más allá de los "blancos pobres, desempleados y marginados". Las cifras muestran que un significativo número de mujeres y hombres con educación universitaria, que no han sido perjudicados por la globalización, pero sí sienten que su país ya no es el mismo, también votaron por el millonario.
Las elecciones de EE.UU. mostraron una sociedad dividida social y políticamente, y es difícil imaginar que Donald Trump sea la receta adecuada para salvar las escisiones.