Al cierre del año en que se conmemoran cuatro siglos de la muerte del gran William Shakespeare, Teatro Pan presenta su versión de "El rey Lear", titulada solo "Lear" con el agregado "El origen de nuestra tragedia". Debe ser el décimo estreno de este laborioso e irregular conjunto independiente desde su debut en 2003, cuando sus tres fundadores egresaban de Teatro de la UC.
Es el tercer texto clásico que monta el colectivo, cuya evolución ha sufrido varios virajes en estilo y línea de trabajo; y su segundo Shakespeare. Pero como ellos no se andan con chicas en imponerse desafíos, este difiere radicalmente de la versión contemporánea y juvenil de "Romeo y Julieta", que dio en 2013. Aquí aborda esta crepuscular tragedia mayor shakespereana, enfatizando su arista política para conectarla con nuestra realidad (por eso el subtítulo). Además de presentar la historia oscura y solemne que habla de la vejez y la locura, busca acentuar la idea del poder ejercido de modo tiránico, irresponsable de las nefastas consecuencias de sus caprichosas decisiones. Hay otro factor aún más ambicioso y determinante: la puesta está hecha formalmente a la manera del teatro oriental. Su ambientación y recursos técnicos e interpretativos provienen -se supone- de la tradición escénica japonesa, china e india.
Planteado, además, como un espectáculo para espacio abierto, el resultado tiene sus mejores logros en la cuidada producción. Provee atractivos diseños de vestuario, maquillaje, tocados y accesorios en estilo nipón. Los once ejecutantes reciben y despiden al público, entran al escenario en personaje, corriendo en envolventes círculos, y actúan frontalmente. Mientras esperan su escena, tras los grandes velos que aforan el fondo, generan la música atmosférica con instrumentos de viento y percusión, cuyo sonido oriental acompaña casi toda la representación.
Pero estos son solo complementos, no reemplazan lo que debiera ser sustancial. Pronto se advierte que las actuaciones fueron elaboradas a grandes trazos; eso se evidencia cuando algunos actores se desdoblan en un segundo y tercer rol, que lucen apenas diferenciados. El complicado relato, con dos líneas narrativas paralelas y múltiples personajes, se hace confuso y va perdiendo interés, también porque -como se da al aire libre- las voces requieren de amplificación; mediatizada electrónicamente, la entrega oral se vuelve plana, falseada, y ya que los micrófonos son pocos, el espectador pierde una buena parte del diálogo. Peor es que el "estilo oriental" se trabajó en sus rasgos más básicos y exteriores; merecía un entrenamiento más acotado y profundo, empezando por la expresión gestual.
En suma, para las limitaciones y exigencias del desmedido proyecto, y si se considera lo que hay como resultado, este Shakespeare debió ser acortado en forma drástica. Dura sobre las dos horas sin intermedio, y -pensando también en concentrar las posibilidades del esfuerzo, tanto como en el público sometido al frío anochecer en incómodos asientos- con la mitad habría bastado para exponer lo que tenía que decir. Por lo demás, sobrepasar la medida en la extensión de sus obras ha sido una constante del grupo.
Centro GAM. Av. Libertador Bernardo O'Higgins 227, Santiago.
Miércoles a sábado, a las 20:00 horas. Domingo, a las 19:30 horas. Desde $3.000.
Informaciones al 25665500. Hasta el 27 de noviembre.