Manuela Infante y su compañía Teatro de Chile hacen teatro de investigación. Parten de una tesis e intentan demostrarla. Primero se preguntan por el sentido, luego crean soluciones escénicas. Observan la distorsión entre la realidad y su representación; lo han visto, sobre todo, en la imagen de grandes personajes: Arturo Prat, Juana de Arco, Cristo e Inés de Suárez.
Este proceso tuvo resultados excepcionales en "Xuárez". Partieron de una tesis: dado el carácter que sabemos tuvo Inés de Suárez, su tranquila aceptación de separarse de Pedro de Valdivia porque la Corona Española lo imponía, no pudo ser verdad. Durante su investigación encontraron un estudio de la historiadora del arte Josefina de la Maza, sobre las diferencias entre las dos versiones del cuadro del pintor Pedro Lira sobre La Fundación de Santiago. Con ese dato construyeron una serie de imágenes teatrales que desembocaron en "Xuárez", obra que el año pasado obtuvo el Premio del Círculo de Críticos y fue la razón principal por la que Manuela Infante obtuvo el Premio Fundación José Nuez Martín, que recibió hace pocos días. Este premio, que año por medio se entrega al teatro, lo han recibido grandes creadores chilenos contemporáneos: Jorge Díaz, Marco Antonio de la Parra, Egon Wolff, Ramón Griffero, Juan Radrigán, Benjamín Galemiri, Guillermo Calderón, Francisco Sánchez y Tryo Teatro Banda, Luis Barrales, Nona Fernández.
En "Realismo", Manuela Infante continúa su línea de investigación filosófica y teatral. Pone en duda una afirmación que atribuye al "Génesis": El hombre fue creado por Dios para que señoree sobre todas las cosas. El "Génesis" da potestad al hombre sobre peces, aves, animales y plantas para que le sirvan de alimento, pero se puede interpretar que le da una amplia potestad sobre todos los seres. Lo que interesa en este caso es preguntarse si las cosas son realmente inertes. La obra crea imágenes teatrales que nos conducen a pensar que eso no es así.
Con ironía nos muestra a jefes de familia autoritarios, que no logran dominar ni a sus propios hijos. Con el paso de las generaciones esa autoridad paterna es cada vez más débil y al final, no existe. Todos son un desastre, salvo el generoso servidor, el campesino Max. ¿Ese es el dominador del mundo?
Paralelamente, los objetos comienzan a tener una cierta autonomía. El primer signo es el de un diario que el nieto quiere leer y no puede. La madre se lo quita, lo arruga y lo bota, pero el papel recupera parte de su forma anterior. Luego, su padre intenta ponerse una chaqueta para irse, se enreda, no puede. La chaqueta parece resistirse. Otros objetos comienzan a adquirir vida propia. Una alfombra se desplaza sola en el escenario. Cajas se abren y surgen aparatos eléctricos, una aspiradora absorbe papeles, uno de los hijos la alimenta. Al rato, los aparatos parten solos y siguen funcionando, aunque intenten detenerlos.
La obra está marcada por el humor. Al comienzo escuchamos una música incidental característica de las películas de misterio, es una broma; hoy un buen director ya no pondría esa sugerencia obvia. Vemos que unas sillas se mecen solas, unos cirios se prenden y apagan. Luego nos presentan escenas de la vida de una familia, pero son solo pretexto para ir mostrando la cada vez mayor autonomía de los objetos. Una luz que parecía surgir de alguna linterna, vuela por todo el escenario, llega a la máxima altura, se desplaza por los costados, es un objeto con extrema libertad. De una mesa en que conversan, uno de los hermanos desprende la cubierta con su mantel, pero la mesa queda igual, luego desprenden otros tableros y la mesa sigue igual. Las cubiertas se convierten en ruedas que giran, los personajes se visten con los manteles y parecen monjes. En un nuevo paso, con los tableros y sillas que trae el servicial Max, construyen una torre que llega a tener cinco pisos y que se convierte en el tótem que presidirá todas las acciones que siguen. Un tótem es un símbolo con poderes. Hacia el final, cuerdas que bajan desde la altura bailan con vida propia.
"Realismo" en un conjunto de juegos escénicos, con diseños de Claudia Yolín. Cada actor interpreta varios papeles. Destacan Rodrigo Pérez y Marcela Salinas. Rodrigo Pérez se transforma completamente al asumir cada uno de sus personajes; primero, es el padre autoritario, luego, Max el servidor campesino y al final, un cuerpo de masa movediza deformada por la fuerza de un viento poderoso. Marcela Salinas es la única actriz del grupo y, por lo tanto, tiene que haber sido quien interpretó a toda esa serie de impresionantes personajes femeninos tan diferentes, cuesta creerlo.
Se podría decir que la obra misma ha adquirido también vida propia. Desde el estreno hasta ahora ha tenido cambios, y será bueno que Manuela Infante los siga conduciendo. Como investigación sobre la autonomía de la materia, podría jugar con nuevos datos científicos y lograr una mayor síntesis.
Realismo
Cía. Teatro de Chile
Dirección y dramaturgia: Manuela Infante.
Elenco: Cristián Carvajal, Ariel Hermosilla, Héctor Morales, Rodrigo Pérez, Marcela Salinas.
Lugar: Matucana 100.
Fechas: hasta el 20 de noviembre. Jueves a sábado, a las 20:00 horas. Domingo, a las 19:00 horas. Función extra, el 16 de noviembre.
Entrada general: $5.000.