La música francesa de finales del XIX se renovó gracias a las figuras de César Franck y Gabriel Fauré. Inspirados en Brahms, Schumann, Liszt y Wagner, estos compositores produjeron música de cámara a la vez romántica y seminal respecto de lo que ocurriría desde Debussy a Dutilleux en el siglo siguiente.
El Cuarteto con piano Nº 1 en Do Menor, Op. 15 (1876-1884) de Fauré, que el conjunto alemán del mismo nombre ofreció el martes dentro de la temporada Fernando Rosas de la Fundación Beethoven, es buena prueba de ello. En el Allegro molto moderato del comienzo, con la exposición de un tema afirmativo en las cuerdas al unísono (Erika Geldsetzer, violín; Sascha Frömbling, viola; Konstantin Heidrich, chelo) acompañado por las síncopas del piano (Dirk Mommertz), el Cuarteto Fauré mostró un sonido concentrado, con dinámicas muy controladas y fraseos que, de estudiados, logran la mayor naturalidad. Aunque Fauré rehuía de los virtuosismos extremos, el Scherzo que sigue es ultrademandante en los pizzicati de las cuerdas y la entrada animada del piano y su tema fresco. Sin miedo a la velocidad, el Fauré sorteó impecablemente el pasaje. Luego de un Adagio ensimismado, pero que crece en intensidad en su parte central, la viola introdujo con un sonido precioso el tema del Allegro molto , en ritmo de vals, seguida por el violín. La unidad de la obra, dada, entre otras cosas, por los motivos que se comparten entre sus secciones y el espíritu de un romanticismo que mantiene a raya cualquier melodrama, quedó bien asentada en esta muy solvente interpretación.
Antes había sonado el Movimiento de cuarteto (1876) que un Mahler quinceañero compuso en un cómodo La Menor. La música comienza con el piano, que toca acordes repetidos mientras la mano izquierda introduce un motivo recurrente en el que Mommertz hizo notorios ritardandi , que, interesantemente, el resto de los instrumentos no siguió cuando debieron hacerse cargo. El gesto puso en un protagonismo tal vez demasiado romántico al piano, en una obra en que no cuesta seguir el desarrollo y el papel que les cabe a cada uno de los intérpretes. Brilló Geldsetzer en la cadenza que precede al final.
Luego del Intermedio, el Cuarteto en Sol Menor, Op. 25 (1861) de Brahms, introspectivo e intelectual en el primero de los cinco temas del Allegro a cargo del piano, y que desembocan en un muy elaborado desarrollo. El Fauré sonó sólido aquí y ligero en el Intermezzo que le sigue, con rápidas notas repetidas en el excelente chelo de Heidrich. El Andante con moto , reflexivo en su mayor parte, va creciendo como aprontándose al explosivo Rondo alla Zingarese , que da cuenta de lo mucho que impactó a Brahms la música magiar que conoció, sin embargo, en Hamburgo. El Fauré hundió el acelerador, pero sin comprometer la claridad del discurso, y mostró, como en el resto del programa, que el romanticismo es, en estos compositores, serio.