No todo lo que brilla en las tablas porteñas es oro. Lo hemos dicho antes, y parece que ahora -dada la crisis trasandina- se deja ver con mayor frecuencia que el teatro bonaerense no es lo que era.
Profusamente elogiada por la crítica y ovacionada (como es habitual) de pie por el público local, "Vigilia de noche" -en breve gira aquí- es sin duda un montaje hecho con oficio y actuaciones de gran profesionalismo. La platea puede reír escandalizada con la obra del sueco Lars Norén escrita en 1985, que muestra el cruel e impúdico 'strip-tease' emocional de dos hermanos que se detestan y acaban de incinerar a su madre difunta, en su reencuentro junto a sus esposas.
Pero el resultado, que condujo el prestigiado director Daniel Veronese, no explica por qué el autor es por estos días uno de los más representados en Europa; más aún, que en Suecia se le considere el segundo dramaturgo más relevante después de Strindberg, lo que no es poco decir, y su continuador natural.
En rigor, sin ser chauvinista y con todas las distancias de capacidad actoral que se quiera, hubo más de Lars Norén en la versión de "Demonios", estrenada en Santiago el año pasado bajo la dirección de Marcos Guzmán (el debut de ese autor en nuestro medio), que todo lo que se sugiere acá. Agreguemos que "Vigilia" y "Demonios", escrita en 1984, integran una trilogía de Norén, a fin de procesar el duelo por el deceso de su madre. Entre ellas hay no pocos puntos de contacto, desde luego la presencia en escena de las cenizas mortuorias maternas que en un momento terrible vuelan por los aires.
Ha sido una constante en los trabajos de Veronese (una docena de los cuales hemos visto gracias a Santiago a Mil), que no haya un solo movimiento de luz; su propuesta se concentra en el desempeño actoral. Solo que no se percibe en los personajes el odio y resentimiento guardados por años; hay muy poco por debajo del despliegue del elenco en el tono más bien de una comedia feroz. Cuando la sombra de Strindberg, Ingmar Bergman y Edward Albee en el tramo final debiera sobrevolar el relato, prevalece un aire ligero, sin drama ni furioso desaliento o sarcasmo.
Así, este es un Lars Norén carente del peso y contundencia que se podría esperar de su alabado talento; dándole una mirada a la familia y el hombre contemporáneo sin dolor, poesía exacerbada, menos horror ni sentido de lo inevitable. Lo que se puede atribuir a que en tiempos malos, el público bonaerense busca más que nada reír; o a que Veronese -otrora el gurú máximo de la vanguardia teatral argentina- ha dirigido demasiadas comedias comerciales en la más reciente década ("Bajo terapia" entre ellas, non plus ultra de lo taquillero). O la conjunción de esos factores.
De los cuatro intérpretes, quien más nos pareció en estilo fue Mara Bestelli, como la dolida Mónica, por lo demás la figura menos elogiada por la crítica local. Aunque todas las reseñas decían que la obra duraba 100 minutos, la entrega acá se tomó largas casi dos horas. Convendría que el escenario fuera trapeado.
Teatro Finis Terrae (Avenida Pocuro 1935, Providencia). Última función, hoy a las 19:30 horas.