Hay que agradecer la chance que "El efecto" nos da, de apreciar esta obra de una elogiada nueva dramaturga británica, Lucy Prebble (35 años hoy), estrenada en Londres en 2012 y no menos aplaudida este mismo año en el Off Broadway neoyorquino. Que en una puesta consistentemente sólida, fluida y motivadora, despliega una pieza inteligente y provocativa acerca no de uno, sino de dos temas muy estimulantes: uno, de qué modo nuestra percepción de estar enamorados, más aún de la felicidad, la determinan procesos químico-eléctricos que pueden ser alterados por el consumo de fármacos. Y dos, un buceo en la naturaleza de la depresión -una de las peores lacras sanitarias del mundo, en particular de Chile- y sobre las limitaciones de la neurociencia, derivando en un debate acerca de si ésta es una enfermedad o solo un síntoma causado por factores externos, y si conviene o no que sea aminorada con medicamentos (uno de los grandes negocios farmacéuticos).
Todo ello, a través de un relato ágil y atrapante, escrito con un brillante dominio del diálogo, que trata de una pareja cerca de los 30 -ella, una aventajada estudiante de psicología enredada en una relación con un tipo mayor; él, inmaduro e inestable- participando como conejillos de indias en el testeo experimental de un nuevo antidepresivo (es inevitable que ellos inicien un romance). Mientras las etapas del estudio aumentan progresivamente las dosis suministradas, también seguimos a la psiquiatra que efectúa los procedimientos y mide sus efectos, ella misma depresiva, y al médico director del proyecto, que en el pasado fue ex suya. Anotemos que, según se ha dicho, la cuestión fue rigurosamente investigada por Prebble: todo lo que se afirma atañe al conocimiento científico actual.
Los logros del resultado se deben atribuir a la dirección de Ana López Montaner, que aunque ostenta una sola incursión previa como tal, toma todas sus decisiones -casting, uso de la música y proyección de letreros y escaneos encefálicos, ocupación del espacio, desplazamiento de trastos escenográficos- con el aplomo de una directora experimentada. La misma pericia sugiere al modular los ritmos y conducir a sus actores (con Alejandro Castillo imponiendo la presencia escénica y proyección de la "vieja escuela", escasas en nuestro medio).
Pese a su ingenio y profundo propósito, pronto el conjunto muestra que entrecruza dos partes dirigidas a públicos distintos, que quizás daban material para obras diferentes. Por un lado, el idilio de los adultos jóvenes destinado al espectador de esa edad y preocupado de qué procesamos como amor (con un golpe de efecto teatral y luego otro giro); en paralelo, la pareja mayor de psiquiatras con su interés centrado en qué es la depresión y cómo funciona la mente, lo que convoca a una platea de especialistas (médicos, pacientes) y tiene su propia vuelta de tuerca. A medida que avanza, da la impresión de que un factor no encaja con el otro, que el todo no se resuelve o prefiere conservarse ambiguo. Como si no hubiera valido la pena compartir la ruta recorrida por los personajes.
Al final prevalece, tal como al empezar, la incerteza respecto del amor, la depresión, la función terapéutica de la psiquiatría. Entonces, si no hay una luz, ¿para qué vimos lo que vimos? Como trata de un medio profesional y hace un planteo elevado, nos molestó en la traducción el exceso de palabrotas de grueso calibre.
Teatro UC (Jorge Washington 26, Plaza Ñuñoa). Funciones hasta el 5 de noviembre, de miércoles a sábado, a las 20 horas. Reservas al 22055652.