Ocurrió hace años atrás, en el Stedelijk Museum de Ámsterdam. Entonces vi, por primera vez, las visiones en blanco y negro de Sebastiao Salgado (Mina Gerais, 1944). Economista de profesión, su dedicación por entero a la fotografía comenzó durante la bullente década del 70. Aquellas tomas difíciles de olvidar mostraban a los trabajadores de la mina de oro de Serra Pelada operando. El polvo y el sudor volvían sus cuerpos relucientes, mientras las innumerables y apretadas filas que constituían obligaban a asociarlos con un auténtico hormiguero pululante. Asimismo, rostros y gestos revelaban una sumisión desesperada. Es que, más allá del documento sociológico, el norte expresivo de Salgado apunta al hombre arquetípico en su relación trágica con la vida y la muerte, dentro del escenario de la áspera tierra que lo rodea. Para él, no existe más que una única raza humana -habría deseado que completara el concepto: la raza de los hijos de Dios-. Así, en la exposición Otras Américas de la Corporación Cultural de Las Condes, podemos comprobar que no hay diferencia alguna entre los campesinos de Brasil, México, Perú, Ecuador y Guatemala, las naciones aquí representadas.
Como en toda la obra de este brasileño, que se designa a sí mismo contador de historias, asombra el dominio de la técnica: el vigoroso manejo de la luz, el equilibrio de las composiciones asimétricas, los personales encuadres y, en especial, el efecto monumental de sus escenas de multitudes, tanto de conglomerados humanos como de masas de ganado captadas desde la altura. Sobre bases semejantes desarrolla la violencia sobrecogedora de las relaciones entre ser humano, entorno y las circunstancias que rodean su, con frecuencia feroz, diario sobre vivir. Pero al autor sudamericano no le han faltado las críticas sobre el esplendor de sus fotografías. Así se le califica de esteta de la miseria. Sin embargo, sus fotografías si bien exaltan la belleza de la precariedad material, de la adaptación del hombre a la pobreza, nunca nos han parecido bonitas, sino impregnadas siempre de una hermosura terrible.
La presente exposición resulta pródiga en ejemplos de lo anterior. Sigamos el orden del montaje. Al comienzo emerge un cementerio mexicano, compleja escenografía fantástica de telones superpuestos, lindante con el surrealismo. También surrealista se eleva un simple, pero agresivo cactus delante de unos niños asustados. Otras escenas mortuorias nos entregan un gordo angelito emperifollado para la eternidad o el contraste de un muerto con los ojos abiertos, a punto de recibir la primera palada dentro del hoyo de tierra. Por otro lado, llama además la atención en qué medida Salgado logra transmitir no solo el candor de sus personajes infantiles -el niño de blanco, las tres niñitas aladas, la encantadora vendedora de fruta cristalizada-, sino la inocencia profunda de un joven padre que sostiene en brazos a su infante desnudo.
El mundo rural del trabajo se halla ampliamente representado. Recordemos esos cuatro cargadores de tablas que sobresalen desde un grandioso panorama nuboso. Y la mirada intranquilizadora, al lado del ovejuno recién desollado, del muchacho a punto de convertirse en adulto. Hasta dentro del sector laboral no falta un instante de optimismo, a través de los obreros apiñados dentro de un camión que nos saludan desde lejos, en medio del paisaje serrano hondamente degradado. No obstante, dominan sentires contrarios. Así, hasta las celebraciones acá expuestas exhalan tristeza ensimismada. El mejor testimonio nos parece un oscuro interior con gente que celebra bebiendo -¿un velorio, acaso?-, alrededor de un golpe de luz desde la única ventana. Tampoco escapa al expositor la significación protagónica del detalle. Tenemos, entre otros casos, el de las piernas infantiles que apenas asoman debajo de una más bien anciana pareja de espaldas.
Entre los autores hoy ofrecidos en el primer piso de Las Condes, nuestro compatriota Carlos Salazar siente la pintura. Esta la ejerce dentro de aquella tradición intimista que parte con Burchard y continúan Couve y Ximena Cristi, cuyas influencias emergen en él claras. Eso sí, cabe destacar algunas conquistas personales del período 2015-2016. Están Portón de Andrés, bien logrado efecto luminoso y cromático sobre una vegetación boscosa como fondo; la simplificación vibrante y la luz particular de Estanque de Juan. Añadamos Higueras y Estanque o la simpática perrita echada sobre cojines.
Otras Américas
La raza única del hombre y su adaptación a las adversidades, protagonista de las fotografías del gran Sebastiao Salgado
Lecturas
Pinturas intimistas del chileno Carlos Salazar
Lugar: Centro Cultural de Las Condes
Fecha: respectivamente, hasta el 11 de diciembre y el 30 de octubre