La idea de dedicar un espacio de
stand up comedy al humor femenino no podría haber estado más en el espíritu de los tiempos, y tener la ocurrencia de hacerlo es mérito propio de CHV. No por nada el canal ya tenía años de experiencia a cuestas con "El club de la comedia" y fue la señal donde explotó el gran suceso que significó la comediante Natalia Valdebenito en el pasado Festival de Viña del Mar. Pero, al igual que las rutinas de humor, el remate de la historia siempre debe ser lo mejor. Y, en el caso de "Minas al poder", esto no sucedió.
El espacio que dirige Alex Hernández reúne a un heterogéneo grupo de comediantes que, de tan diverso, termina por tener poco en común. Están actrices como Alison Mandel, Ingrid Parra, Valentina Saini y Chiqui Aguayo, con notorias horas de vuelo en televisión. Saben mirar a las cámaras, interactuar con el público y manejar un micrófono. Sus rutinas tienen un denominador común: los episodios de sus vidas sentimentales -dicen que se casaron y sacan aplausos, dicen que las patearon y logran conmiseración- y las inseguridades, por lo general, derivadas de su falta de estatura, belleza o delgadez. Así, pese a todo el oficio y la asertividad que ponen en juego en cada capítulo, son los temas que las mueven los que terminan por hacer que sus monólogos se escriban con un lápiz que tiene un filo tan inofensivo como el del labial que les aplican con generosidad.
Excesivamente maquilladas y peinadas, generalmente con faldas cortas y ropa ceñida, la imagen de la mayoría de las comediantes que "Minas al poder" pone en pantalla se distancia sideralmente de la sobriedad con que Valdebenito atacó su debut en Viña del Mar. El por qué ella no está en esta selección de "standaperas" es algo que no se alcanza a entender y que termina minando cualquier posibilidad de que este programa sea visto como una genuina intención de hacer un cambio en cómo se observa, trata y proyecta a la mujer.
Más aún cuando un par de personajes travestidos, llamados La Botota Fox y Tencha Salvaje, no hacen sino acentuar desde la comedia más esperpéntica la misoginia con que se suele tratar. El "yegua", "caliente" y otros calificativos que bien puede usar el humor, no deja de sentirse violento o, en el mejor de los casos, de mal gusto cuando sabemos que es en realidad un hombre el que los profirió.
En este desolador panorama, que por cierto no ha llegado a los dos dígitos de
rating, Bernardita Ruffinelli se asoma como el único hallazgo que trae "Minas al poder". Justo ella, que no parece ni sobrevestida ni travestida, sino que realmente cómoda en escena, mostrando una identidad, es quien mejor sabe hacer las transiciones entre monólogo y monólogo, la que mejor parece manejar los arcos dramáticos de cada intervención y que sabe rematar. Ella, por otra razón inentendible, tiene un rol de co-conducción jerárquicamente bajo Alison Mandel.
A mediados de este mes, cuando miles de mujeres salieron a la calle a marchar para detener la violencia de género, "Minas al poder" puso en pantalla el hashtag #niunamenos. Un chiste de dudoso gusto cuando en pantalla había comediantes que se quejaban de que no les dijeran lindas ni flacas, mientras se ceñían vestidos que parecían corsé.