Esta breve novela o cuento largo del peruano Cronwell Jara ha tenido una larga vida editorial desde que apareció en Lima en 1981, aunque sigue siendo una obra más bien desconocida. Su trazo más visible en Chile es la editorial que la homenajeó escogiendo ese título como su nombre. Si alguien se preguntaba por qué, pues ya está: esta edición permite conocer qué tiene ese texto, qué interroga y qué convoca a lectores y editores. Reducida a su anécdota más externa,
Montacerdos narra la historia de una familia migrante que se instala en los suburbios limeños (o en los cerros aledaños que albergaron sucesivas olas de campesinos que huían de la miseria o del terrorismo) y que, en su extrema miseria e incapacidad de insertarse en la trama urbana, son rechazados por vecinos que antes habían hecho el mismo recorrido. Según la contratapa, se trata de una historia de fantasmas al modo de
Pedro Páramo; la hipótesis es interesante, pero dista mucho de agotar las capas de una obra que parece multiplicar los significados en cada línea. Hay, por una parte, una entrada en la miseria que tiene poco parangón en la narrativa latinoamericana. Llagas, piojos, ratas, pero sobre todo heridas y harapos, son la envoltura de una familia donde destaca Yococo, con la cabeza supurante de sangre, que monta al cerdo Celedunio y recorre el barrio haciendo el loco, o mostrando su condición de loco, o de muerto-vivo, de inmortal que no soporta el atropello de los caballos, mientras su hermana, Maruja, cuenta su vida y la de mamá Griselda mientras escupe sangre y resiste agresiones de otros niños como ellos. Y detrás de ello está, sobre todo, el lenguaje: "Y nos poníamos a escarbar compitiendo y peleando con perros vagabundos, gallinazos destartalados y las muchas garras de mendigos hambrientos, en donde gusano, gallinazo, perro y gente valíamos la misma nada". El vuelo de una escritura que roza la poesía hace posible seguir una historia de brutalidades, donde se difuminan las fronteras y la figura del loco arriba del cerdo lleva lo grotesco a un punto difícilmente comparable.
Y es, también, una novela profundamente conmovedora. Maruja, cuando ya no quiere ver ni oír cómo exponen a su hermano Yococo a humillaciones que lo llevan a resaltar su diferencia, escribe: "Quise ser una paloma y no pude. Cerré los ojos para ser una paloma y como no pude, lloré. Volví a cerrar los ojos, ¡quiero tener alas! ¡Plumas!, y no pude ser paloma". Al final, tres breves textos de los editores de
Montacerdos muestran otras razones de por qué esta novela es un texto inagotable.