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Editorial
Lunes 24 de octubre de 2016
Terremoto electoral con menos participación
Estos comicios entregan más incertidumbres que estabilidades. El camino para superarlas, en beneficio de Chile, es mejorar por todos los medios el prestigio de la política...
Nadie pudo prever la profundidad del cambio electoral que reflejan los comicios de ayer. Son, desde luego, auspiciosos resultados para la oposición de centroderecha: gana en número de alcaldes y en porcentaje de votación nacional de los mismos (38,45%), y en cantidad de habitantes gobernados por alcaldes de esa orientación. Por contraste, son significativas las pérdidas de la Nueva Mayoría. No solo desciende a 37,06% su votación nacional de alcaldes (aunque sigue ganadora en votación de concejales), sino que pierde comunas urbanas emblemáticas como Santiago, Maipú y Providencia. Pero la mayor preocupación de todos se concentra en un nuevo incremento de la abstención, que ya supera el 65 por ciento del padrón electoral. Adquiere, así, plena fisonomía el grave daño causado con la introducción del voto voluntario, que estuvo animado por una creencia sin antecedentes de que aumentaría la participación electoral de los chilenos mediante la inscripción automática. Y, sin embargo, se lesionó el concepto de carga pública y deber cívico, inseparable de una ciudadanía de calidad, sin beneficios para nuestra democracia.
En la nueva y grave cuota de desafección ciudadana -gruesamente un millón de ciudadanos ahora se restaron de la participación política más primaria, como es la elección de autoridades-, sin duda influyen dos factores principales. Primero, el descrédito de la política por las prácticas transversales ilegales de financiamiento, corruptas desde el punto de vista fiscal, pero no porque sus hechores, en general, hayan obtenido beneficio económico personal como en otros países. Y segundo, un déficit evidente de gestión del aparato del Estado, responsabilidad del actual gobierno, en cuanto a la satisfacción básica de las urgencias de seguridad pública, salud y calidad escolar. Estas son percepciones claras en la gente, y no efectos todavía difusos e inciertos de las reformas estructurales en curso impulsadas por la administración.
Bajo el influjo de la indignación ciudadana y con parte de la dirigencia política en bancarrota moral, se han dictado últimamente cada vez más estrictas regulaciones sobre el financiamiento de las campañas, prohibiendo el aporte de las personas jurídicas y limitando el de las personas naturales, todo lo que ha redundado en una extrema restricción de los recursos disponibles para los candidatos. Asimismo, las severas reglas sobre la exposición de la publicidad electoral invisibilizaron en muchas partes la contienda municipal, lo que se advirtió en el desconocimiento de los electores respecto de las alternativas en competencia. Así, una extraviada ingeniería social ha arrinconado, con una frondosa legislación, una actividad vital como es la política y la democracia.
Por añadidura, la desprolijidad de la implementación de la inscripción automática y el voto voluntario, junto con la desastrosa gestión del Registro Civil, que cambió de manera inconsulta el domicilio electoral a cerca de 470 mil electores, ha erosionado el sólido prestigio y credibilidad de la institucionalidad electoral chilena, cuya transparencia no daba espacio a duda alguna sobre los resultados, incluso en las más estrechas definiciones.
Ya habrá tiempo para comentar en estas columnas el significado político de los comicios. Lo evidente es que nadie puede estar muy contento. La centroderecha es la que mejor conserva su votación histórica, mérito indudable, y gana también en casi todas las diez comunas de mayor población, con la salvedad del inédito fenómeno de Valparaíso, pero en muchas regiones del país ofrece, en paralelo, mínimos índices de votación, incompatibles con su condición hoy de primera fuerza. Nuevamente se enfrenta a la dificultad de superar el 50% para ser otra vez gobierno. La Nueva mayoría oficialista -como lo insinuaron la Presidenta Bachelet y el ex Presidente Ricardo Lagos ("se ha perdido el camino")- es la que tiene que hacer el mayor examen autocrítico. Haber incorporado al Partido Comunista le ha significado perder cohesión programática, generando al mismo tiempo una izquierda más disruptiva y de impredecible potencial futuro, una vez que el electorado cambie su protesta de abstención por una conducta de voto más extremo.
En suma, estos comicios entregan más incertidumbres que estabilidades. El camino para superarlas, en beneficio de Chile, es mejorar por todos los medios el prestigio de la política, involucrarnos todos más en los afanes públicos, con sacrificio y trabajo, como fue siempre nuestra mejor tradición republicana. Eso nos ha faltado.