No se requiere un modelo muy sofisticado para figurar el beneficio que las pistas exclusivas de buses tienen sobre el transporte público. Incluso los taxistas, con sus últimas huelgas, han ayudado a demostrar empíricamente cómo se beneficia la ciudad cuando los únicos usuarios de esas vías son las micros. Un transporte roñoso y atestado resulta muchísimo más soportable cuando es expedito y eso solo se logra cuando se le da clara prioridad.
Todas las ciudades complejas tienen vías segregadas para el transporte público y han comprendido que la única solución a los problemas de congestión y contaminación pasa por un uso racional y cada vez más esporádico del vehículo particular. El bus lane en Londres, por ejemplo, no solo sirve para el transporte colectivo y el desplazamiento de vehículos de emergencia, sino que la civilidad británica ha permitido que sea un espacio de convivencia con el ciclismo urbano.¿Se imaginan esa ecuación, chofer de bus más ciclista, compartiendo un mismo espacio en nuestras ciudades? Pareciera haber una escarpada barrera cultural interponiéndose en la visión.
¿Por qué nos cuesta tanto privilegiar lo colectivo en la ciudad? Cuando se ha promovido un sistema de fiscalización estricto y automatizado sobre el uso de las vías dedicadas, surgen de inmediato las voces ciudadanas disidentes, no solo por un asunto técnico o jurídico, sino como un tácito reconocimiento a que la norma no es respetada. Nuestra innata capacidad de asociarnos por intereses profundamente individualistas y hacerlos pasar como una causa pública, permite que la bochornosa postura salte a la palestra. Y en el fondo del asunto, subyace una cultura acostumbrada a servirse de las circunstancias particulares para excusar los atropellos a los acuerdos colectivos. Las mismas circunstancias que nos hacen ocupar el estacionamiento para minusválidos (total, "lo mío es rapidito"), dormirse en el asiento del metro, para no darlo, o pasar una boletita por ahí para evadir un impuestito. Y así, "de a poquititos", nos vamos faenando la posibilidad de un bien común.