A Leon Edel le sorprendía el hecho de que las descripciones de lugares en las novelas de Henry James eran de una detallada exactitud. Ya sabemos que Edel escribió una extensa biografía de James, en cuyo proceso se dio el trabajo de comparar espacios físicos reales y ficticios, a manera de proyección de unos sobre otros.
Lo sorprendente del ejemplo se da porque James era deliberadamente vago al momento de conectar sus argumentos con acontecimientos reales. De hecho, se supone que de vez en cuando -en alguna de las frecuentes comidas a las que asistía- escuchaba una buena historia, susceptible de ser convertida en un relato literario. Y se negaba entonces a que le dieran demasiada información. Le bastaba con un esquema más bien fantasmal. Su trabajo específico -mental, intelectual- era darle un cuerpo a ese montón de sombras, pensar en las muchas derivaciones posibles del rudimento inicial.
Cuánto pensaba James en la ficción -en el tema y en las variaciones de un destino posible- queda claro en sus Cuadernos de notas. Se diría que esa era la causa inicial de su inquietud de escribir. Leer en estas páginas los bosquejos de relatos es tan fascinante como leer los relatos mismos.
El 21 de abril de 1911 escribe en esta especie de diario: "Esto es solo para aferrar la punta del rabo de una idea que anoté hace bastante tiempo, idea que me dio Alice y era reminiscencia de algo, creo, ocurrido en Weymouth, Massachusetts, durante su infancia". Lo que sigue es una especulación a partir de una escena doméstica: una pareja escucha, en mitad de la noche, ruidos extraños en el primer piso de la casa. La mujer espera que el marido baje y encare al intruso pero este se niega, demostrando una inopinada cobardía. Baja ella y enfrenta al ladrón, y se da cuenta de que se trata de alguien con quien había tenido un
flirt en un momento muy distinto de su vida. La situación se complica al cubo con la irrupción de este secreto vergonzante. Las salidas verosímiles, clímax y desenlace de este enredo le ocuparon a James el pensamiento durante varios días.
A Borges le resultaba un poco incomprensible el método periodístico que aplicó Truman Capote en
A sangre fría, y se preguntaba qué hubiera opinado Stevenson de un autor que entrevista a sus personajes. Por cierto, son escrúpulos que hoy han perdido su preponderancia. Queramos o no, estamos hablando de viejas modalidades. Para nosotros -como observó alguna vez Germán Marín- sería novela cualquier cosa que venga precedida de ese rótulo. Y los destinos humanos se reproducen todo el tiempo en todas partes, por tanto, un narrador podría ser aquel que sabe interceptar el flujo de esos destinos. Un cazador o un depredador de destinos.