Ya el rojo laca oscurecido predispone favorablemente. Tapiza suelos y muros de las dos salas del Centro Cultural La Moneda, donde se exhiben tesoros provenientes de la Ciudad Prohibida. Primero, una impecable maqueta a escala nos sitúa en el vasto escenario original. Admiramos la asombrosa arquitectura china. Por entero de madera, son columnas las que soportan el peso de los grandes techos típicos, que incurvan las esquinas de sus amplios aleros. El espacio inmenso de palacios de Beijing se compone de una serie de pabellones que alivianan el efecto de conjunto. Alzados sobre terrazas de mármol, ostentan majestuosas escaleras de acceso, por completo distintas al sentir europeo. Circundan cada construcción palaciega patios cerrados, cuya extensión permite incluir jardines arbolados. La distribución de los edificios algo se emparenta con agrupaciones estelares. Construida esta peculiar ciudad en el siglo XV durante el período Ming, fue conservada por la sucesora dinastía Qing, enriqueciendo todavía más sus colecciones. Sobre todo al tiempo de los emperadores manchú del siglo XVIII corresponde, precisamente, la inmensa mayoría de las obras que nos visitan.
Predomina en ellas ese genuino predominio chino del ángulo recto. Y eso resulta la réplica más adecuada para desplegar el fluyente motivo ornamental del dragón, poderoso y benéfico ser mitológico que hasta se vuelve símbolo exclusivo del emperador. Así se explica la profusión que alcanza su imagen a través de relieves pétreos, esculturas de bulto, tallas en madera, pinturas y los bordados de la vestimenta regia. Cabeza del imperio, se consideraba al monarca hijo del cielo, dentro de un estrictísimo orden jerárquico que abarca todas las circunstancias de espacio y tiempo. Solo él y sus mujeres, junto a una legión enorme de eunucos servidores, habitaban la Ciudad Prohibida de manera permanente.
Una rica síntesis de testimonios imperiales significa la actual exposición. Comenzando con la pintura, tenemos primero los retratos. Unen la delicadeza de factura a un realismo de influencia italiana, aunque desarrollado bajo la iluminación radiante y sin sombras de la estética china. Entre ellos lucen muy hermosas las figuras de cuerpo entero del emperador Quianlong -sabia serenidad de un rostro ya próximo a la ancianidad- y de su emperatriz. Lo mismo ocurre con la elegancia refinada de dos damas imperiales -por su excelente sentido espacial, superior, la que sostiene un reloj-; con el cuadro de nubes y flores que saturan la brillante representación budista de otro emperador; con las dos muy alargadas escenas multitudinarias en rollos de seda del Banquete imperial y de la Recepción de enviados extranjeros. Por su carácter documental, agreguemos el rollo del siglo XIX, que ilustra Celebraciones y Entretenimientos. Otro atractivo sector de lo expuesto resulta el vestuario dieciochesco en seda, tanto imperial y tradicional como femenino. Imponen los textiles su exquisitez cromática -amarillos, celeste, violeta pálido- y de diseño -mariposas, flores, nubes, dragones-. A estos agreguemos los tocados con plumas oscuras y piedras preciosas sin tallar, y la joyería propiamente tal; por ejemplo, una horquilla y el curioso cetro de madera y jade, ambos objetos con forma de dragón.
La estatuaria en bronce recubierto de oro que se nos muestra se relaciona con el budismo y en alguna medida con Occidente -ante todo los relojes musicales-. En estos casos, la fuerte fisonomía del arte chino tiende a desdibujarse en favor de la iconografía hindú o de la rococó. Más interesantes nos parecen piezas tales como cada una de las 16 campanas talladas y colocadas en filas, que cuelgan de una estructura con apariencia arquitectónica. Asimismo, encontramos, plenamente nacionales, magníficas vasijas de bronce de los remotos años de entre 1766 a.C. y 256 a.C. Mucho más numerosos, por cierto, emergen los variados objetos: caprichosos recipientes de jade o, más comunes, incensarios y jarrones con bello esmaltado
cloisonné, cajitas de laca roja o de madera pintada, lindos floreros, armas. A ellos se suman exóticos -para nosotros- instrumentos musicales y una caja con utensilios ensamblados para el té, casi una miniatura en leño y arcilla.
En cuanto a mobiliario, sobresale la reconstrucción de un gabinete de trabajo y estudio imperial, en el que se ha captado muy bien la atmósfera de intimidad del recóndito lugar. Al mismo tiempo, y en estrecha relación con la dignidad regia, se incluyen dos tronos diferentes. Uno, provisto de biombo, es talla de madera oscura y ofrece una decoración de nubes y dragones; dorado el otro, deja ver un tallado abierto con representación de los mitológicos animales. La anchura de ambos tiende, sin embargo, a parecerse a la estructura de la cama tradicional de ébano.
La Ciudad Prohibida. China imperial
Valiosos testimonios artísticos del siglo XVIII chino
Lugar: Centro Cultural La Moneda.
Fecha: Hasta el 27 de noviembre.