¿Qué quieres ser cuando grande? Responder la pregunta a los cinco años es más fácil que a los 15. El niño contesta sin ataduras, confiesa ingenuamente. El adolescente, por su parte, debe responder de acuerdo a sus expectativas construidas en base al conocimiento de virtudes y defectos propios, de su noción de dónde está parado. Pero, ¿hasta qué punto las expectativas de los jóvenes se ajustan a la realidad?
Las pruebas Simce recogen información que permite analizar, al menos parcialmente, el tema. Tomemos, por ejemplo, la medición del 2011. En esa oportunidad, a los estudiantes de octavo básico se les preguntó: "Pensando en el futuro, ¿cuál es el nivel de educación más alto que crees que vas a poder completar?". Un 65% declaró "un título universitario" (en los colegios municipales el porcentaje fue 54%). ¡Gran optimismo!, pues la cifra supera la tasa de matrícula universitaria entre los recién egresados de la media. Más sorprendentemente, las altas expectativas no parecen depender del desempeño académico: Un inesperado 60% de los estudiantes con Simce bajo el promedio del curso también apuesta por un título universitario.
¿Y los padres? El Simce también informa de sus expectativas. En particular, ante la pregunta "¿cuál cree usted que es el nivel de educación más alto que [su hijo] podrá completar en el futuro?", un 57% de los padres contestó un "título universitario" (43% en municipales). Así, los progenitores aparecen más cautos del futuro de sus hijos que los mismos retoños.
¿Y los profesores? En la misma medición ellos responden: "Pensando en el futuro, ¿qué nivel educacional cree usted que completará la mayoría de los estudiantes de su curso?". Ahora solo el 32% de los docentes reportó "título universitario" (16% en municipales). Un duro golpe al optimismo.
Algunos interpretarán las cifras con ilusión. Es cierto, una juventud con altas expectativas es un motor de desarrollo. Sin embargo, las diferencias en las respuestas de estudiantes, padres y profesores no dejan indiferente. En principio, ¿no sugieren los resultados un desacople entre las expectativas de los jóvenes y la realidad?
La pregunta hay que tomársela en serio. Ante el desentendimiento de los padres del proceso formativo de sus hijos y el laxo sistema educativo (se avanza en el fin de las tareas), sería natural que la juvenil colisión entre sueños y realidad, que ajusta virtuosamente las expectativas, fuese postergada, impulsándose entonces una preocupante y vacía inflación de optimismo. Y para evitar tal enfermedad, no queda otra que darles substancia a las expectativas. Afortunadamente para esto no es necesario reinventar la rueda: La promoción del esfuerzo desde temprano y el desarrollo de la resiliencia al fracaso son los mejores inhibidores del malestar que significa darse cuenta demasiado tarde que uno no llegó a ser lo que tenía planeado "ser cuando grande".