Cómo sobrevivir -alimentarnos, mantener una familia- y cómo definimos nuestro rol ante la comunidad que habitamos son necesidades ancestrales que sobrepasan lugares, épocas y sistemas.
En "Rams" (película que comentamos la semana pasada), a dos viejos pastores en Islandia, literalmente se les va la vida cuando un virus amenaza de manera letal a su rebaño. La desesperación ante la perspectiva de ver esfumarse su sustento y todo aquello que los ha definido, por generaciones, en su pequeño mundo ni siquiera les permite ver que el Estado les provee de programas para capear la tormenta.
En "La Ley del Mercado" (nominada a los premios César 2016), Stéphane Brizé nos traslada a una urbe del Primer Mundo, una ciudad francesa.
Thierry (Vincent Lindon, mejor actor, Cannes 2015; mejor actor, César 2016) tiene 51 años y lleva un año y medio cesante. Es un toro al que ya le han clavado las banderillas: va a la oficina de desempleo a escuchar casi lo mismo de siempre; al banco para hablar de su saldo que no está muy bien; de allí a una entrevista por Skype para un posible trabajo, enseguida a ver si puede vender su Caravan, luego a un
coaching para enfrentar entrevistas laborales.
En cada uno de esos momentos, uno percibe pequeñas dosis de humillación, aguda y sutil, en un contexto de tratos correctos y de buenas maneras.
Con él, oiremos que aquello para lo que está calificado y siempre ha sido bueno ya parece no interesarle a nadie; que el cursillo al que le enviaron, en realidad no era el que servía; que su manera de vestirse y enfrentar las entrevistas no están bien.
Y la frase, vía Skype, de un entrevistador: "Quiero ser honesto con usted: hay muy pocas posibilidades de que le contraten".
¡Es tan vulnerable y precario un hombre en apuros económicos!
Thierry tiene una mujer y un hijo, un adolescente con dificultades motoras (con un cuadro espástico). No son su agobio: al contrario. Las escasas veces que lo vemos sonreír son cuando come con ellos en la estrecha mesa del comedor. O cuando ayuda al chico a bañarse o vestirse. También disfruta con su mujer en clases de rock n' roll y luego bailan los tres en casa en una escena genuinamente alegre.
Brizé filma con una cámara intrusa, como de reality , planos más bien cerrados, pero de perfil o bien asomándose entremedio para observar a nuestro protagonista.
Las escenas están cargadas de atmósfera y de sobriedad. Los diálogos son domésticos, cotidianos. Y las elipsis constantes sintetizan y acotan la historia a lo esencial.
Y esto se termina de aparecer hacia la segunda mitad del metraje: finalmente, Thierry encuentra un trabajo como guardia de supermercado. No es lo suyo ni lo que sabe hacer: es la tabla de la que puede agarrarse. No está en condiciones de elegir.
En ese mismo tono sereno, cotidiano, vamos conociendo su nuevo entorno laboral, su día a día.
Como Sandra (Marion Cotillard) en "Dos días, una noche" (hermanos Dardenne, 2014), Thierry también se verá enfrentado a un dilema moral íntimo, personal, difícil.
Sin aspavientos ni escenas epatantes, Brizé nos habrá sumergido en un drama en que se mezclan renuncias, frustraciones, humanidad, ternura, frialdad y tragedias.
Es solo unos meses en la vida de un hombre cualquiera, de cualquier lugar, como los que nos cruzamos en el metro, nos atienden en la farmacia o divisamos en alguna oficina. Una persona que puede ser uno mismo.
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