De trovador melancólico a cibermaestro de orquesta. Simbólico. Extravagante. Son los conceptos que mejor definen el estado de gracia en el que Justin Vernon (35 años), el hombre detrás de Bon Iver, construyó "22, a million". Su tercer trabajo discográfico llega a cinco años de su última placa, después de haber trabajado con Kanye West y James Blake. Porque el estadounidense no se rige por lo establecido. Y no es únicamente la tipografía ni los títulos impronunciables de sus nuevas canciones, sino la construcción de una sonoridad desconcertantemente hermosa.
En "22 (OVER S88N)" se escucha el amanecer, el rumor de un coro góspel y un mensaje al futuro acerca de la pronta plenitud. Allí, de entrada, el productor conjuga las dos corrientes que han compuesto su música desde que dio inicio a su proyecto en 2007: la nostalgia de la guitarra en clave folk y la experimentación incansable con el autotune. Capa tras capa, su estirpe minimalista lo incita a incluir violines pregrabados, clarinetes y otras melodías empastadas en el estudio, imprescindibles a la hora de levantar esa muralla sonora que sin estos elementos se derrumba al instante.
Lo mismo ocurre en lo conceptual. Porque en "10 d E A T h b R E a s T ? ?" intenta protegerse de un mundo transformado en salvaje por culpa del amor, al tiempo en que reinterpreta a la Björk de "Earth intruders". "715 - CRÓÓKS" es una desoladora balada a capella, cibernética, como cantada por un avatar digital del músico, solo contra el mundo. Todas temáticas existencialistas que ahondan en el rencor en "33 'GOD'" y en la búsqueda de la paz interior en "21 M??N WATER" y su mutación a "8 (circle)", como dos canciones de sinfonía celestial. Los escudos con los que Vernon intenta evitar que la humanidad lo aplaste sobre el piso tangible de la realidad.