Mucho se ha hablado sobre la desconfianza en Chile. Comparto el diagnóstico y también que la falla de las instituciones que eran nuestro sustento como la Iglesia y sus sacerdotes, los grandes empresarios, los grandes políticos, etc, ha creado un clima de que los poderosos nos engañan sin misericordia.
Pero hay otro ámbito, más cotidiano, aunque muy importante en la formación de las emociones más que de las opiniones, que es la mentira cotidiana.
Me cuenta un señor que fue a comprar un auto. En cada lugar le dijeron que debía comprar A y no C "porque era el más barato en su categoría". En una tienda, el vendedor le dijo que le recomendaba el auto porque era muy bueno, aunque claramente era más caro. Ese compró. ¿Por qué? Porque "sabía que me estaba diciendo la verdad".
La publicidad y las formas de seducción en el consumo, ya sea en un restaurante, en una gran tienda, en los servicios que nos venden para el hogar y las comunicaciones, están basados en la seducción, no en la verdad. Nunca es verdad que nos van a dar mantención gratuita, que la deuda no tiene intereses, que el producto se cambia por uno nuevo de inmediato. Sin embargo, queremos creer, porque necesitamos creer.
Lo que produce la necesidad de creer es la desprotección en la que vivimos. Es una sensación de soledad ante los grandes. Es la negación a aceptar que somos estafables. No por estafadores, sino por compañías en las que queremos confiar porque tienen nombre, dirección, teléfono, y directorios y dueños. El tiempo que toma recuperar lo ofrecido es a veces largo y engorroso. No todo el mundo tiene tiempo ni energía.
El resultado no alcanza a asumirse como desconfianza del sistema o del país. Se vive como inseguridad y miedo. Como volverse pequeñito e insignificante frente a un mundo poderoso y hostil.
"Se le devolverá el producto de inmediato" son días de trámites, de rabias, y también de pena. "Porque yo compré esa tele para ver la Copa América y sí, me devolvieron una nueva y buena, pero me perdí los partidos". Comprar, consumir, convidar a comer, son actos que contienen una ilusión. Y de ahí nacen la pena y la rabia. Y luego la impotencia y la desconfianza.
"Lo que produce la necesidad de creer es la desprotección en la que vivimos. Es una sensación de soledad ante los grandes".