Los relatos de intriga y de misterio, la novela policial entre ellos, suelen iniciarse con una llamada o un encuentro inesperado que desencadena la futura resolución de un enigma. Así comienza la novela Vengar al hijo . Pedro Montes recibe una llamada telefónica pocos días antes de que el asesino de su hijo quede en libertad sólo cuatro años después del homicidio gracias a su buena conducta. No es una llamada cualquiera: una voz con acento extranjero le pregunta si está dispuesto a vengar a su hijo. Pero el texto nos hace sospechar que la sorpresiva e insólita llamada telefónica pareciera estar ligada a un referente preciso: el aquí y el ahora de la sociedad chilena. Pedro Montes es un exitoso publicista que ha sabido aprovecharse de "un país donde las posibilidades de comprar eran casi lo único que tendía a la igualdad y donde el acceso a los bienes sólo dependía de la capacidad de conseguir tarjetas", pero la suerte del homicida lo convierte también en un amargo crítico de la benevolencia de nuestro sistema judicial.
Las referencias contenidas en las primeras páginas de Vengar al hijo (por boca del narrador o de los personajes) anuncian la lectura de una historia donde se utilizarán los códigos de la novela criminal y de intriga para sacar a luz desequilibrios que manchan al mundo engañosamente sólido de la sociedad global, la transformación del individuo en consumidor y la propagación del crimen organizado, específicamente. La novela de Miguel del Campo (Santiago, 1982) pareciera compartir, pues, el propósito que caracteriza y da fisonomía al nuevo policial latinoamericano y a parte valiosa de la novela negra estadounidense y europea. Sin embargo, las expectativas que dichas páginas han despertado no se cumplen a cabalidad en el relato que viene a continuación. El narrador enfoca su interés en presentar los intrincados recovecos de una extraña, y por momentos macabra, historia de crimen y castigo que gira en torno al motivo de la venganza. Sus relaciones con el contexto extra literario son relegadas a los márgenes de la narración, quedan demasiado sobrentendidas detrás del comportamiento de los personajes o simplemente desaparecen. Podríamos pensar que las venganzas por mano propia ocurren cuando los sistemas judiciales son ineficientes y que la ambigüedad de valores que manifiesta la conducta de los personajes es característica de sociedades neoliberales dominadas por el materialismo, pero si este fuera el significado profundo sugerido en la novela de Miguel del Campo creo que se estrecharía demasiado la mirada. Más bien, los episodios de Vengar al hijo pueden ocurrir en cualquier tipo de sociedad, no solamente en aquellas caracterizadas por la lenidad de la justicia, y el comportamiento de los personajes tampoco se ve afectado por la "democratización del consumo" que destacaba el narrador al comenzar su relato.
El argumento de Vengar al hijo tampoco satisface. Se desarrolla mediante un discurso que recuerda la organización de muchas películas de aventuras y suspenso. Varios capítulos se inician con una escena situada cronológicamente en un momento posterior de la historia. Dicha prolepsis, usando el término en el sentido que le dio Gérard Genette, debe despertar la curiosidad del lector por lo que viene después en el desarrollo del discurso, pero que en la cronología de los hechos ha ocurrido antes. Manejar este recurso exige una pericia que no encontramos en la novela de Miguel del Campo y cuya ausencia, sumada a la introducción de motivos subordinados que no aportan nada al conflicto principal (la biografía de Carlos Reyes, por ejemplo y el macabro ambiente que lo rodea) producen una historia que confunde a ratos, que durante numerosas páginas pareciera no encontrar su derrotero y que deja muchas preguntas sin respuesta.
La trama de Vengar al hijo es, en sí misma, interesante y provocadora, pero el texto hubiera necesitado una más prolija elaboración, tanto de la historia como del modo de contarla.