A partir de la última semana de septiembre, las autoridades de Hacienda, especialmente el Ministro de esa cartera y el Director de Presupuestos, se tornan personas de indudable relevancia y de gran intervención en los medios, aunque no les guste tal rol, deben cumplirlo. Hay que convencer de las bondades de la propuesta fiscal a moros y cristianos, teniendo muchas veces, más batallas con los conocidos de su sector, que los adversarios de turno. Son los gajes del oficio. De ahí están a un paso breve de largas discusiones, largas reuniones, donde hay que seducir, golpear la mesa, confundir, hasta el clímax que se produce el día, y la larga noche, en que el presupuesto es votado en el congreso, sorteada cada una de las comisiones que deben visitarse y que van introduciendo matices, colores, blancos y negros, que determinan que lo que se vota en la madrugada final, es muy distinto a lo que ingresó un par de meses atrás.
Y, bueno, esto se repite cada año, como ese famoso filme clase B, que se llama "El día de la marmota". Donde a un desagradable periodista se le repite el mismo día, hasta que comprende la clave del mensaje, el que debe cambiar es él, entonces sus días serán distintos. Pero en la vida real darnos cuenta nos lleva mucho más tiempo. Volvemos a repetir el ciclo presupuestario año tras año del mismo modo y siempre reaccionariamente. Ahora es el Sename con esa estela de vergüenza a la que aludió la Presidenta, entonces pondremos más dineros, como si ello fuera la clave de la solución del problema, una suerte de indemnización presupuestaria para los niños que fueron afectados. Bueno el móvil, pero mala la solución.
Hace unos días se entregaron por la Dirección de Presupuestos los resultados de las evaluaciones de programas gubernamentales, no de los programas presupuestarios. De ellos fueron evaluados 22 -de muchísimos más que no recibieron tal propósito- y sólo 5 fueron declarados con desempeño suficiente, el resto, insuficiente. El Ministro advirtió que "no tiene solo que ver con cortar o aumentar (gasto), sino también con rediseñar los programas de manera que funcionen mejor". El problema entonces está en la gobernanza de los programas, en la capacidad de gestión y, obviamente, en el escaso escrutinio de esos parámetros. Al final de cuentas tenemos que evaluar, ver el cumplimiento de los objetivos (resultados) y mejorar la capacidad de gestión, de un buen gobierno que no sólo ponga recursos, sino que principalmente, los gestione de mejor manera. Debemos entonces incorporar al modelo presupuestario, aunque sea tímidamente, un indicio de avanzar a una gestión por resultados que les pase la cuenta a quienes no cumplen lo esperado -al menos en lo presupuestario-.
Dicho tema fue central en el Informe de la denominada Comisión Engel, que en el acápite I, denominado Prevención de la Corrupción, en su literal H, formuló la propuesta de un Servicio de Evaluación de las Políticas Públicas. Cómo soy francamente resistente a la idea de que un nuevo Servicio nos solucionará los problemas que tenemos, con los matices políticos propios que conlleva la creación del mismo (dónde lo instalamos, cuán autónomo lo establecemos, quiénes son sus integrantes, etc.), ello no impide apreciar la seriedad del diagnóstico que en ese informe se formuló, de manera que debemos avanzar en crear un mecanismo liviano que, garantizando una fuerte coordinación y una amplia disponibilidad de la información (transparencia), permita que terceros independientes puedan concurrir plenamente a la información sobre los resultados del gasto público financiado vía la Ley de Presupuestos, ya desde el mundo de la universidad, de la sociedad civil, o incluso mediante mecanismos contractuales formulados a través del mercado de compras públicas.
Dar inicio a esta apertura, sería quizás una transformación fundamental en esta aventura presupuestaria, cerrando el paso a todos los intentos de frenar la entrega de resultados obtenidos en ejecución de gasto público, como el caso del Simce -que dejó a ciegas a los padres respecto del resultado de los colegios que reciben aportes y transferencias públicas-.
Esta revolución de transparencia no debiera establecerse a nivel de glosa, sino que debería incorporarse en el articulado permanente de la ley, con sus excepciones, de manera que caminemos a una película distinta de gasto público. Como advertía Einstein, no pretendas cambios si haces siempre lo mismo.