Antes que retomar su fútbol, Chile tiene que recuperar la confianza. Por eso, la selección tiene la obligación de rescatar puntos hoy en Quito. Quizás no tan urgentemente desde la perspectiva matemática, porque aún hay muchas unidades en juego de aquí a final de las clasificatorias, como recalca el seleccionador nacional, pero sí desde el punto de vista de la convicción en sus recursos. Porque lo más doloroso de la doble fecha pasada no fue el descenso en la tabla tras la derrota en Paraguay y el empate con Bolivia en Santiago, sino que la sensación de un extravío futbolístico colectivo y una casi íntegra desorientación de las individualidades.
No se trata, en todo caso, de una tarea fácil en consideración a un grupo de jugadores que se reúne exclusivamente para disputar eliminatorias y que en sus clubes tienen disímiles realidades. Para muchos de los seleccionados, la opción de jugar es casi "la" oportunidad de mostrarse internacionalmente en contraste con la de la columna vertebral referencial, cuyo compromiso es casi más emotivo que deportivo, porque, nos guste o no, sus desafíos más acuciantes e inconfesables no están en su selección sino que en los clubes que pagan fortunas para tenerlos en sus planteles. Es aquí donde el carácter del entrenador asume su rol trascendental.
Juan Antonio Pizzi, en ese estilo que no ha modificado mayormente desde que asumió, no parece dar muchas señales de premura por encontrar la fórmula que le permita una estabilidad en las eliminatorias. El oasis de la Copa Centenario le otorgó una garantía para trabajar sin que se dudara de sus capacidades, pero tratándose de fútbol nada es eterno, menos en atmósferas tan bipolares y pendulares como las que hay en Chile a nivel de hinchas, medios y dirigencia. La conducta del entrenador en episodios opacos como los de la ausencia de Bravo sin una explicación contundente; la convocatoria de Valdivia respondiendo a la clara presión de los jugadores, o el muñequeo para mantener al gerente de selecciones sobre el que eligió su empleador no tienen una actitud recíproca al transmitir la perentoria necesidad, por ejemplo, de salvar puntos en Quito.
Una mirada más crítica del momento proyecta a un técnico que administra pero no lidera (a propósito, aún no se da una explicación de por qué se preparó al plantel en la húmeda y calurosa Guayaquil para jugar un partido en el templado y quizás lluvioso Quito), que está a la espera de que los talentos de sus jugadores exploten espontáneamente más que guiándolos por una ruta que él ha diseñado. Se podrá decir que no es necesario construir nada nuevo, por tratarse de gente experimentada y con mucho fútbol en el cuerpo. Es posible. Pero es indesmentible que a Pizzi no parece alterarlo la laguna futbolística que evidencia Chile cuando es superado o la poca tolerancia a la frustración que el equipo exhibe al no poder materializar el dominio del juego o la posesión del balón.
Hoy, Chile tiene la posibilidad de enmendar el rumbo en un territorio donde hace rato no exhibe su fortaleza, pero si la palabra confianza solo se deja para las conferencias previas y la creencia no se revela en las decisiones técnicas, seguiremos marcando lentamente el paso a la marginación de Rusia 2018 teniendo plantel y tonelaje futbolístico como para sí estar.