La historia de la telerrealidad está poblada de buenos y malos ejemplos de programas de "intervención", aquellos donde se busca cambiar conductas consideradas problemáticas. De todos ellos, los más cuestionados suelen ser los de terapia confrontacional. El cuestionamiento se basa en estudios arraigados en la psicología, y se resume en que sus resultados van desde lo inocuo en el mejor de los casos hasta lo traumático, en el peor. Justo al medio de esas dos variantes está el show.
Si tomamos a "Mea culpa" (TVN, 1993) como la piedra fundacional de la telerrealidad local, hay que recordar que ya entonces los estudios de audiencias hablaban de una variante educativa en su exhibición. Impactaba, entonces, el ver que los crímenes ahí ficcionados tenían un castigo y un real -y generalmente arrepentido- perpetrador. Pero ese Chile es el de otra generación.
Hoy la realidad carcelaria es expuesta en televisión de una forma tan brutalmente real que apenas deja espacio para una narrativa de reflexión. Al contrario, aparece como una organización social tan instalada que es validada desde la infoentretención. Casi no hay señal televisiva donde las cárceles no abran sus puertas a las cámaras, exponiendo así a sus habitantes a una nueva suerte de estigmatización. El hacinamiento, la violencia y la falta de dignidad que antes eran noticia ahora son parte del decorado y, aún más sorprendente, es que los funcionarios de Gendarmería, organismo del Estado que tiene a su cargo el cuidado de esa población, destinan su tiempo laboral al servicio de la televisión.
El nuevo espacio de Canal 13 "Nadie está libre" ya no se centra en las historias de los reclusos, como fue en temporadas anteriores, sino que en el "shock" que la gente del llamado "medio libre" puede experimentar al conocerlos tras algunas horas de interacción.
Esa confrontación, temida, remecedora y -supuestamente- terapéutica solo hace que los ambientes que son confrontados vuelvan a ser cargados con una suerte de estigma social, porque de alguna forma ellos representan "lo más bajo", "lo más temido" para el protagonista del
reality show. Más preocupante aún, cuando el escenario elegido para ese "shock" es la Vega Central, un centro de comercio donde el trabajo es digno y hasta inclusivo, porque abraza la inmigración.
Buscar la solución al problema real de los jóvenes "nini" -aquellos que ni estudian ni trabajan- en ambientes que merecen respeto por sus propias cualidades no puede ser visto como un contenido edificador. Si el castigo o el cuento de "el viejo del saco" están lejos de ser una herramienta validada en pedagogía, ¿por qué habrían de serlo en televisión? Lo que queda, una vez más, es un puro y cuestionable show.