Séptimo estreno de La Laura Palmer en sus nueve años de vida, "Hija de tigre" es su cuarta obra desde que en 2012 el colectivo se volcó hacia el teatro documental -que en Argentina llaman "biodrama" y al cual ellos suelen referirse como "museo vivo"-, en su vertiente más contemporánea, que testimonia la realidad misma de las personas que se paran en escena. En esa línea de trabajo, el grupo ha dado tres frutos admirables: "Juan Cristóbal casi al llegar a Zapadores", "Límites" y, en junio recién pasado, "Los que vinieron antes".
Aquí lo determinante es que Ítalo Gallardo cede el liderazgo a Pilar Ronderos, actriz fundadora que en los dos últimos títulos cumplió funciones como coautora del texto. Es, por ende, una propuesta de impronta femenina, que expone un tema esencial para cualquier mujer, la relación con su padre; el primer hombre de su vida que marcará para siempre su evolución afectiva, futuros vínculos amorosos e identidad.
Tres jóvenes performers -actrices elegidas no por sus dotes actorales, sino por el interés de sus biografías para el proyecto- reconstruyen en escena, una después de la otra, sus respectivas historias personales paterno-filiales. Son relatos íntimos que aluden, de modo dolido, descarnado, a menudo teñido de amargo desconsuelo, más bien a la ausencia del padre, al abandono o decepción que les provocó su figura. La directora misma aporta su propia experiencia y reflexiones al respecto desde la locución en off. De acuerdo con los procedimientos habituales en el colectivo, las narraciones son ilustradas con diversos juegos teatrales, sobre todo con fotos familiares, cartas, dibujos y otros documentos visuales, en un amplio uso de imágenes generadas en vivo, registradas en circuito cerrado de TV y proyectadas en una gran pantalla al fondo.
Lo cual, además de su cualidad confesional, tiene ribetes de estudio social y antropológico, estimulando ideas en torno a la disolución hoy del paradigma de la familia perfecta y la noción del macho patriarcal como pilar hegemónico de esta. La propuesta, antes que nada, ratifica el valor inestimable -e infinitas posibilidades- de este tipo de teatro, en términos de compartir las vivencias de alguien que nos abre su corazón, en una sociedad en que cada vez más individuos ni siquiera miran a su prójimo y con la cabeza metida en el celular.
Con todo lo atrapante que resulta, la performance pudo ser mejor. Siendo un desfile sucesivo de historias, por fuerza una debe ser más atractiva que las otras. Debido a sus contornos imprecisos, el relato intermedio luce, sin duda, algo confuso; afortunadamente, el último, a cargo de una ejecutante de mucho ángel, es conmovedor y da un buen remate al total. Que se trata de una opera prima se evidencia en que ciertos pasajes se estiran sin necesidad o definitivamente sobran (como la larga referencia al cuento infantil y Caperucita Roja). Si los 85 minutos que dura parecen demasiado, se puede atribuir a que no pocos recursos -orales y teatrales- se reiteran o dan una impresión forzada. Como directora, Ronderos debe afinar su manejo de los tiempos y modular mejor los climas emocionales que logra. Otra cosa es que, al menos en la función que vimos, hubo varias vacilaciones de texto, y en el teatro documental todo debe lucir espontáneo y natural, como dicho por vez primera (y cuando uno recuerda su propio pasado, las palabras fluyen solas).
Teatro La Memoria. Bellavista 0503.
Miércoles a sábado, a las 20:30 horas. $6.000 y $3.000.