El ministro del Interior, Mario Fernández, cumplió esta semana 100 días en el cargo. Atrás quedó la figura del ministro-díscolo que representaba Jorge Burgos, y más atrás, la figura del ministro-empleado que representaba Rodrigo Peñailillo.
La Presidenta tenía motivos para querer sacar a Burgos: en un régimen presidencial es absurdo tener una cohabitación voluntaria con alguien que no cree en su propio Gobierno. La llegada de Fernández se entiende en esa lógica. Alguien que estuvo dispuesto a "guardar en un cajón las convicciones personales" y cuadrarse con quien detenta la presidencia de la nación.
A Fernández se le ve feliz. Sintiendo que está llenando alguna nota al pie de página en la historia de Chile y, al mismo tiempo, escribiendo un gran capítulo en su historia familiar. El problema es que su llegada ha derivado en la más completa irrelevancia al cargo.
Pero ello en sí mismo no significa nada más que un nuevo problema para el Gobierno. Lo grave es que Fernández, en una de las cosas en que ha sido más activo, ha sido en emprender contra las encuestas, para desestimar la baja popularidad del Gobierno.
Apenas conocida la encuesta CEP señaló: "Lo importante es cómo toda la población se siente, y no solo los que contestan las encuestas, que son solo un par de miles". A partir de ese momento ha insistido en el punto permanentemente. En todas las radios. En todos los canales. Y el domingo pasado, Fernández, en "El Mercurio", perseveró: "Yo supongo que mil 200 personas no hablan en nombre de 18 millones".
Las afirmaciones de Fernández, o son fruto de la ignorancia, o son fruto del intento de confundir a la opinión pública. Podría decir que las encuestas están mal hechas. Incluso podría decir que están manipuladas. Pero restarles validez a las encuestas porque ellas consideran una muestra y no al universo total, deslegitima una de las herramientas más importantes que tiene la política desde el siglo XIX.
Son muchas las mediciones que se hacen en el Gobierno en base a muestra. Según el criterio del ministro, ¿ellas tampoco serían válidas?
La encuesta de presupuesto familiar contempla a 13.000 hogares. El resultado, siguiendo el criterio de Fernández, ¿es válido solo para esos hogares, y no para el país?
El índice de precios (IPC) se construye en base a menos de 400 productos. La inflación, de acuerdo al criterio de Fernández, ¿es válida solo para esos productos?
La encuesta de desempleo considera 35 mil personas. Cuando hablamos de desocupación, estamos hablando de los 9 millones que conforman la fuerza laboral, o -de acuerdo al criterio de Fernández-¿es válido solo para esas 35 mil personas?
Así, existen muchas otras mediciones que usa el propio Estado que son en base a muestra. El caso más paradigmático es la encuesta Casen, conocida esta semana, la que también opera en base a una muestra.
Seguir insistiendo en el punto devela algo que ya se está transformando en grave. Un viejo encuestador extranjero decía -a quienes reprochaban que una muestra no representaba el total del universo- que para saber cómo está la sangre en el cuerpo no hace falta sacarla toda. Basta una jeringa... El ejemplo se puede replicar a uno entendible para la "señora Juanita": Cuando cocina una cazuela y quiere saber cómo está de sal, ¿necesita tomarse toda la olla, o basta introducir una cuchara en ella?
Es comprensible la desazón del ministro ante los malos índices de popularidad, pero la crítica a los bajos números de entrevistados no es aceptable.
Lo peor de todo es que el resultado de las elecciones municipales mostrará que los candidatos de la Nueva Mayoría obtendrán un porcentaje de votación mucho mayor al 15% de adhesión del Gobierno. Y, exultante, Fernández creerá que los hechos le han dado la razón.
De nada servirá decirle que la aprobación al Gobierno no es equiparable con la votación de los candidatos de la Nueva Mayoría. La felicidad de creer haber demostrado una teoría falsa no le permitirá darse cuenta de su error. Quizá -para un nombre que vivió tantos años en Alemania- lo único plausible sería invocarle al viejo Goethe, y recordarle su famosa frase de que "nada hay más terrible que una ignorancia activa".