Según una psicóloga que aparece en las páginas de esta primera novela de Montserrat Martorell (Buenos Aires, 1988), "el buen amor es el que te hace primavera", el que hace renacer al ser humano y que todos anhelamos encontrar, "esos amores eternos y felices y largos que duraron y duraron y duraron", según testimonian nuestros abuelos. Desafortunadamente, los personajes que forman la trama de
La última ceniza sólo conocen el mal amor, el que destruye a los amantes sacando afuera lo peor de sus personalidades, sus íntimos y callados desengaños o los oscuros secretos que por diversas razones se esfuerzan en ocultar. El motivo del mal amor es el núcleo que conduce el argumento de esta novela y lo encierra en una atmósfera sombría y asfixiante.
A pesar de ser vecinos en un edificio del barrio Lastarria, Conrado y Alfonsina nunca han tenido la oportunidad de intercambiar ni siquiera dos palabras, hasta que en un cierto momento, cuyo significado el lector conocerá mucho más adelante en la historia, Conrado decide llamar a la puerta de Alfonsina con un pretexto baladí y, al parecer, macabros propósitos ocultos. Este episodio gatilla los acontecimientos que colocarán el cierre a dos dramáticos, dolorosos y conflictivos destinos individuales en los que se han enseñoreado la soledad, las quebraduras, la violencia de género y los silencios. Conrado es un hombre solitario y destruido, un psicólogo que dejó de practicar su profesión después de que Laura, su esposa, lo abandonara intempestiva y definitivamente, agobiada de sobrellevar durante años un matrimonio estéril de afectos y roto a partir de una tragedia familiar vivida tiempo atrás. Alfonsina es una muchacha neurótica, mental y emocionalmente inestable, que ha sido también abandonada por su pareja, Federico, después de sufrir durante años las violentas palizas y maltratos que le propinaba. Ambos vecinos han conocido, pues, las consecuencias del mal amor, como la misma Alfonsina reconoce: "¡Qué mal nos quisimos, Federico! ¡Qué mal amor!"
La manera como llega a nosotros la historia de estos dos perdedores constituye un aspecto sobresaliente de la novela. Montserrat Martorell ha creado una voz narrativa que desde el inicio de su discurso busca ganar la confianza del destinatario para eliminar sus dudas acerca de la veracidad de los tortuosos afectos y conductas de los que será testigo. Este mismo propósito de mantener su complicidad le hace utilizar también un estilo personal e inconfundible que no se ve afectado por los permanentes cambios entre su punto de vista y el de los personajes. Ganada la indispensable intimidad, la voz narrativa podrá construir una imagen transversal y laberíntica de acontecimientos que responden a una cronología propia (comprobada por el carácter circular de su discurso) y desarrollar los acontecimientos finales de la historia dentro de un espacio donde es difícil para el lector distinguir los límites entre la realidad factual y los delirios de la imaginación perturbada.
Gracias a su especial manera de contar las cosas, la voz narrativa de
La última ceniza conduce al lector por un camino trágico de frustrados y destructivos sentimientos, que se inicia en lo aparentemente cotidiano y termina en una fantasmagoría tenebrosa. Las causas de los desequilibrios y alteraciones morales que producen esta transformación, entre los cuales sobresale nítidamente la condición victimizada de la mujer, son expuestas por las voces de los mismos personajes de la novela: la frecuencia de los incestos familiares, el conservadurismo social y, sobre todo, el dogmatismo católico tradicional que condena de antemano a la mujer. Las personas interesadas en leer este libro de Montserrat Martorell estarán de acuerdo conmigo en que es un relato bien articulado e interesante; una representación literaria convincente del "mal amor" que existe en nuestra sociedad contemporánea. Pero quizás discrepen de las razones que ofrece el texto para explicar su presencia, considerándolas demasiado estrechas, insuficientes y también un poco rígidas.