Aunque a Chile se le ha llamado "una loca geografía", sus pintores mayoritariamente han preferido el Valle Central como modelo. Durante el siglo XIX y los comienzos del XX, para la entonces sociedad predominantemente agraria el campo constituyó una imagen preferente dentro de su corazón. Por cierto, tampoco los artistas quedaron fuera de esa afición. Y en un país montañoso como el nuestro, la relativa planicie resultaba punto de mira estratégico. Ahogado el valle entre dos cordilleras paralelas y sus estribaciones perturbadoras, su representación permitía interpretaciones innumerables. Los diálogos armoniosos entre la solidez permanente de los volúmenes pétreos y las cambiantes masas nubosas del cielo constituían el entorno ideal para un tercer protagonista, la vegetación y su, a menudo, principal exponente, el árbol. Es que la orografía de este escenario relega a segundo plano los cursos de agua. Así, los ríos del Chile central pueden aparecer símbolo del ímpetu indómito con que sus primitivos habitantes trataron de rechazar la invasión extranjera. La extrema pendiente del terreno hace que la vía fluvial se abalance sin freno desde los montes al mar, arrastrando roca y convirtiéndola en inofensivas piedras redondas.
La condición física de las montañas proporciona, pues, cambios sorprendentes de fisonomía, según desde dónde se le mire. Además, el contraste entre la majestad de los Andes enormes y las ondulaciones más suaves de la también prolongada cordillera de la costa, unido a las muy cambiantes luces solares, desafían los talentos del pintor. Podemos comprobar cómo todo esto supo aprovecharlo de mil maneras diferentes el paisajismo nacional. Y nuestra historia de la pintura empieza a proporcionarnos testimonios desde ese anhelo romántico de Antonio Smith de hacerse una sola cosa con la naturaleza, hasta la peculiar liberación de cualquier acercamiento realista en los autores actuales. Por ejemplo, en las versiones volcánicas de Nemesio Antúnez, en las síntesis plásticas de Pablo Domínguez o en los arquetípicos panoramas campestres de Basso. Unos y otros, desde luego, se ligan en mayor o menor medida a la figura reconocible, algo inherente a la temática que ahora tratamos.
Sin embargo, el concepto más tradicional de paisaje chileno halla sus exponentes de mayor valor pictórico a través de nombres tradicionales, a los cuales el paso del tiempo ha ayudado a consolidar. No son pocos; en un rápido balance, citar algunos nombres grandes: Pedro Lira, Valenzuela Llanos, Juan Francisco González, Burchard, Abarca, Helsby, además de Swinburn, Strozzi, Caballero, Guevara, Montecinos, Geisse.