La cualidad específicamente literaria de la obra de Manuel Rojas (1896-1973, Premio Nacional 1957), y la complejidad de traspasar el macizo y magnífico estilo de sus novelas y cuentos a otro lenguaje, han amedrentado por décadas a nuestro teatro. Sabemos solo de dos intentos previos, ambos recientes, de llevar a las tablas los relatos de quien es reconocido como uno de los más notables narradores chilenos, y para no pocos el más grande e influyente de todos. En 2003 el Teatro Nacional montó "Hijo de ladrón", considerada la mejor novela jamás escrita en el país; y en 2009 el cuento "El ladrón y su mujer" se escenificó con muñecos y mayor suerte.
Se justifica entonces que Fondart decidiera respaldar la teatralización de un tercer título de Rojas, su novela "Punta de rieles", publicada en 1960. Una obra suya de madurez, menos autobiográfica que lo habitual en él, presentando el encuentro de dos hombres de polos sociales opuestos. Un obrero sindicalista que acaba de matar a su mujer, y un tipo "de buena familia" forzado a laborar como subdirector de un diario de provincia tras perder todo por culpa de sus vicios, confrontan sus destinos y vivencias diametralmente diferentes, y a fin de cuentas se revelan igualados en la degradación con que destruyeron sus vidas. Marcados por el mandato machista, la falta de carácter y la distinción de clase, los dos son al mismo tiempo seres frágiles, de reconocible humanidad.
El problema es que los evaluadores del Fondo no tomaron en cuenta los muchos riesgos de este atractivo proyecto al ser abordado por un actor de poca trayectoria, menos fogueado aún en las funciones de director y dramaturgo que asume acá. A poco andar, Mauricio Roa muestra que no estaba dotado para encarar tamaño propósito, y el resultado total se alarga por extenuantes 125 minutos.
Destacable es la interpretación de Luis Dubó, también impulsor del proyecto, ya que este actor se ha especializado en personajes populares. También impresiona, pero solo en principio, la escenografía móvil. Representa la oficina del periódico como un carrusel que gira sobre su propio eje, en tanto un pasillo exterior concéntrico puede rotar en sentido contrario. Si este diseño quiso expresar el 'fluir de conciencia' -principal desafío de la narrativa de Rojas y su recurso de estilo característico-, nunca queda claro cómo se pensó sustituirlo teatralmente. Dos tramoyistas entran y salen de escena veinte o más veces para hacer girar laboriosamente la estructura rodante, procedimiento a la vista que rompe en forma reiterativa la ilusión teatral, y en términos artísticos resulta una solución bien torpe (al final descubrimos que otro pasó toda la función en el corazón del mecanismo).
Aun así, el mayor escollo es la endeble adaptación de la fuente que vierte el relato sin elaborarlo dramáticamente. Consiste en una interminable sucesión alternada de extensos soliloquios por los dos personajes que rara vez interaccionan dialogando; incapaz de generar tensión alguna, suena casi siempre literario. El tercer personaje masculino aporta muy poco y además hace la música incidental en vivo a un costado (otro elemento distractor para ser una ficción íntima). El segundo ejecutante, Etienne Jean-Marc, está notoriamente externo, fuera de rol y grita mucho, pero no por ser mal actor -antes tuvo otro desempeño satisfactorio-, sino porque claramente el director lo dejó librado a su propia suerte.
Matucana 100. Jueves a sábado a las 21:00 horas,
domingo a las 20:00, hasta el 2 de octubre.